La supervivencia de las cercanías está en juego

El «Fevemocho» es un basta ya: no más engaños a los asturianos y sí un compromiso blindado para dotar a la región de un tren del siglo XXI

Dos trenes de cercanías, cruzándose en la estación de El Berrón

Dos trenes de cercanías, cruzándose en la estación de El Berrón / Miki López

Editorial

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El presidente del Principado, Adrián Barbón, el de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, y la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, se verán mañana por primera vez las caras desde que estallara el escándalo del «Fevemocho», la surrealista estafa de los trenes nuevos crecientes y menguantes que no pasaban por los actuales túneles ferroviarios. Renfe, la empresa encomendada para gestionar las líneas; Adif, el organismo encargado de la infraestructura, y el Ministerio, el máximo responsable de la red y del servicio, no pudieron hacer peor las cosas. La dificultad legal para fijar el tamaño de unos vagones es, llegados a este punto, casi anecdótico. Simplemente la gota que colmó el vaso de la paciencia, ya lleno a rebosar, por la desastrosa gestión ferroviaria practicada durante décadas en Asturias.

El 22 de marzo de 2017 se constituyó la Alianza por las Infraestructuras, un cónclave para defender las grandes obras públicas asturianas. Elaborar un listado de reivindicaciones fue su única misión. Para el ferrocarril reclamó un plan de cercanías (que primero iba a terminar en 2025 y ahora no se sabe), la licitación del tramo entre León y La Robla (sería de juzgado de guardia que estuviera pendiente) y la apertura de la Variante en 2020 (huelga cualquier comentario). 

O el tren muere en la región o resucita como un recurso estratégico para interconectar la metrópoli y cohesionar las alas

En junio de 2021 el Ministerio de Transportes y el Principado crearon a su vez una comisión bilateral para impulsar los proyectos estatales. Nunca se reunió. Justo un año después, LA NUEVA ESPAÑA reveló que el Ministerio solo había ejecutado el ejercicio anterior el 40% de lo presupuestado aquí. La respuesta consistió en reactivar aquel organismo de control con un calendario pautado. Cuatro meses después, la comisión tuvo el primer encuentro y decidió poner en marcha otra comisión. Algo así como aquello de «la parte contratante de la primera parte será considerada como la parte contratante de la primera parte», la genial parodia de los procedimientos administrativos que inmortalizaron los hermanos Marx, pero en versión asturiana.

Si lo que va a salir mañana del encuentro entre Barbón, Revilla y Raquel Sánchez es un acto de contrición lleno de voces plañideras para impulsar otro rimbombante comité de seguimiento, promover dimisiones lastimeras y poner sobre la mesa cifras de inversión que luego nunca se cumplen, el bochornoso espectáculo de los increíbles trenes que estiran y encogen, al que tan llorosamente se suben ahora los políticos en campaña, no habrá servido de nada. No está en juego aquí únicamente la culpa y el arrepentimiento de los autores de esta tragicomedia de gálibos, sino algo más profundo: la muerte por inanición del tren en Asturias o la resurrección del transporte más eficiente, sostenible y ecológico que haya tenido jamás la comunidad como recurso estratégico para interconectar la metrópoli y cohesionar las alas.

Unos pocos datos que ya contó este periódico ilustran la ignominia. Cuando Feve era Feve, los vagones llevaban a casi cinco millones de viajeros, circulaban a 100 kilómetros por hora y cada asturiano usaba el tren una media de ocho veces al año. Los convoyes transportan ahora a un millón de usuarios, transitan con frecuencia a 35 kilómetros por hora –la velocidad de un cicloturista– y la media de uso por asturiano cayó a una vez al año. La integración en Renfe y Adif ha supuesto un fracaso absoluto, con la pérdida de 600 pasajeros al día. La compañía, sin interés alguno por ofrecer un buen servicio, se ha transformado en una máquina de espantar clientes. Los fieles merecen un monumento. 

El ferrocarril por la Cornisa se le atragantó a los asturianos desde el inicio de la autonomía, con aquel proyecto fallido de Transcantábrico al que los ciudadanos dieron la espalda. La Junta lo enterró sin pena ni gloria en un pleno, con el primer presidente regional echando el freno con resignación y oficiando el funeral. Estamos ante un problema crónico de planificación y dejadez. Nadie hizo sus deberes. El ancho métrico sufre un abandono absoluto. Y no se trata sólo de dinero. En el supuesto de que el Ministerio lo conceda, importa saber gastarlo. Sin dispendios faraónicos, simplemente con una gestión eficaz, cambiaría el panorama. Con recorridos lógicos, horarios normales, puntualidad, mayores frecuencias y con la vista enfocada a unir aglomeraciones: hospitales, polígonos, factorías, Universidad, centros administrativos y comerciales, aeropuerto... Sin olvidarse tampoco de las zonas rurales.

El «Fevemocho» es un basta ya. Por no hablar de la Variante, aún sin fecha. Desde aquella «marcha atrás» que Zapatero coló a los asturianos por el procedimiento del descuido para suprimir un paso a nivel a sus paisanos leoneses, las decepciones sobre raíles se amontonan. Por favor, no más engaños y sí un compromiso firme y blindado para dotar a la región de una tren del siglo XXI. O de esta afrontamos la gran revolución pendiente en las cercanías o las veremos hundirse. Una auténtica pena porque ante un futuro sin coches de gasolina ni gasóleo en 2035, están llamadas a solucionar la movilidad. Renunciando al ferrocarril, Asturias viajará otra vez a contramano de los tiempos.