La sociedad del deseo

La tiranía de la felicidad como elemento clave de la sociedad del bienestar

La sociedad del deseo

La sociedad del deseo

Inmaculada González-Carbajal García

Inmaculada González-Carbajal García

La sociedad actual –de la que todos formamos parte– tiene entre sus objetivos primordiales la satisfacción de los deseos individuales, en un grado que ninguna otra sociedad pudo imaginar en el pasado. El deseo es un motor para el consumo de todo aquello que sea objeto de nuestro antojo, porque lo importante es que podamos satisfacer nuestro anhelo, por más desatinado que sea, lo que resulta de gran interés para un mundo consumista en el que parece que todo se puede comprar

Todo es susceptible de ser mercantilizado, hasta los seres humanos, y si rayamos lo indecente o lo inmoral –no importa–, podemos envolverlo en una adecuada combinación de emociones que nos permitan justificar nuestros actos. El componente emocional es muy importante; adormece la propia conciencia y es una herramienta de manipulación de los otros en aras de que comprendan y apoyen lo que hacemos. Tal como dice Bauman, "esta sociedad apuesta por la emoción y no por cultivar la razón", porque es la mejor manera de alimentar el deseo. Parece que las luces de la Ilustración, que intentaron poner razón y orden en otros tiempos, se apagan por momentos, y así vamos, navegando en el mar proceloso de la insensatez.

La tiranía de la felicidad es también un elemento fundamental en esta sociedad del bienestar, en la que sus individuos no pueden aburrirse y han de estar permanentemente entretenidos y disfrutando, viviendo experiencias y aventuras que se acumulan al igual que otros bienes materiales. Claro que la felicidad que nos proponen está muy lejos de la que plantean los sabios de todos los tiempos.

De tanto estimular los deseos, hay derechos construidos desde el deseo de algunas minorías, y así se han llegado a crear leyes, sin debate ni consideraciones éticas y sin el tiempo necesario para que la razón y el conocimiento pongan las cosas en su sitio

A través de medios diversos, se nos transmiten múltiples consignas, que asimilamos sin apenas darnos cuenta: hay que ser feliz, hay que huir de cualquier situación de dolor, hay que tener un cuerpo estupendo, eliminar de nuestra vida todo aquello que nos impida disfrutar, etc., y para todo ello, el mercado nos ofrece productos y opciones variadas que puedan satisfacer nuestro deseo, previamente avivado con los eslóganes correspondientes.

De tanto estimular los deseos, hay quien considera que aquello que desea se convierte en algo a lo que también tiene derecho, y en cierta medida, no le falta razón, por cuanto hay derechos construidos desde el deseo de algunas minorías, y así se han llegado a crear leyes, sin debate ni consideraciones éticas y sin el tiempo necesario para que la razón y el conocimiento pongan las cosas en su sitio. Y mucho hablar de derechos, pero nadie habla de responsabilidades; así que, en una sociedad que se caracteriza por el individualismo, adolecemos de control del impulso egoísta, lo que exacerba aún más el que cada uno vaya a lo suyo.

El deseo aporta dinamismo a la existencia y nos dirige hacia un fin; pero si lo vivimos de manera desordenada, puede generar un estado de avidez que provoca ansiedad e impulsividad, y este tipo de deseo descontrolado es la pieza fundamental en el engranaje de la sociedad de consumo, porque manipula la insatisfacción y dirige el anhelo de las personas hacia cosas innecesarias. No olvidemos que el consumismo no es sólo adquirir algo y acumular, sino que aquello que se obtiene provoque una satisfacción momentánea para seguir consumiendo.

Satisfacer los deseos puede colmar el ansia de felicidad o puede tapar el vacío de quienes no son capaces de dotar de sentido a la vida (de esto último no se habla con frecuencia en la sociedad del deseo, porque no interesa). Si alguien tiene bien orientada su vida y ha sido capaz de encontrarle sentido, es menos esclavo de sus deseos, menos manipulable y menos interesante para quienes sacan partido económico de la estimulación del deseo ajeno.

Este sistema que juega con los deseos es engañoso, porque alimenta la falsa creencia de que podemos tener todo lo que se nos ofrece y cualquiera puede acceder a lo que desee, sin importar el precio o el modo de adquirirlo; pero al final del camino, encontramos siempre al "poderoso caballero Don Dinero", que es el que pone las cosas en su sitio y hace posible la satisfacción de los deseos, por más peregrinos que estos sean, para quienes tienen medios económicos y pueden satisfacer sus anhelos.

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