El magisterio de Iñarra

Francisco García

Francisco García

Tan empañada se encuentra estas semanas la bola de cristal que los augures desconocemos si a Lolo Iñarra, candidato de Ciudadanos a la presidencia del Principado, le alcanzará el sentido común y la bonhomía para lograr un escaño. Lo tiene difícil Ciudadanos, desangrado por el batiburrillo ideológico y la escandalosa desbandada. Mas si no consigue ese empeño que para muchos se antoja misión imposible, debe Iñarra al menos ser consciente y alegrarse de que ser maestro es mucho más importante que ser ministro, y por tanto que procurador en Cortes autonómicas.

No lo dice el escribiente: lo certifica la etimología clásica de las palabras. El término maestro deriva del latín “magister”, que a su vez procede del adjetivo “magis”, que significa “más” o “más que”. En origen, el “magister” romano sería la persona que se eleva por encima del resto a tenor de sus conocimientos y habilidades. Por el contrario, “minister” deriva del adjetivo “minus”, cuyo significado es “menos” o “menos que”. Para los romanos, el “minister” era el subordinado poco ducho en habilidades y conocimiento.

En esta época convulsa, el mundo funciona al revés: ahora los ministros -o “ministrines”, que la educación fue peligrosamente transferida a los reinos de Taifas para que cada reyezuelo hiciera de la capa de los libros de texto un sayón de astracanadas- imponen a los maestros unas leyes educativas sometidas con frecuencia al pairo de los intereses ideológicos y partidistas. Solo a un tonto muy tonto de capirote -o sea, a un “minister”- se le ocurre que los alumnos pasen de curso sin límite de suspensos, para escarnio del magisterio, en el sentido etimológico y en el práctico. Pensándolo bien, no estaría de más unos cuantos maestros en el Parlamento regional, o al menos uno. 

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