Unas elecciones cruciales para España y para Asturias

Asturias está huérfana de un relato que genere confianza e ilusión, construido colectivamente y compartido por la mayoría de los ciudadanos

Imagen de unas elecciones anteriores.

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Editorial

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Los españoles han sido llamados hoy a las urnas en unas elecciones generales atípicas tanto por su fecha de celebración, un domingo del mes de julio víspera además del puente por la festividad de Santiago en cuatro comunidades autónomas, como por la cercanía de los comicios autonómicos y locales del pasado 28 de mayo, cuyos resultados, desfavorables al partido de Pedro Sánchez, precipitaron tan inesperada convocatoria. Los últimos coletazos de la campaña coincidieron esta semana con la investidura del socialista Adrián Barbón como presidente de Asturias por segundo mandato consecutivo y con el cierre del acuerdo de gobierno con IU. En su discurso, Barbón apeló al consenso y al diálogo, una necesidad imperiosa en medio de una situación política nacional lastrada por el enconamiento entre dos bloques ideológicos tan distantes como enfrentados, y que toca plasmar en hechos. 

Coinciden en el tiempo unas elecciones que marcarán el futuro inmediato de España con el inicio de un mandato autonómico lleno también de desafíos apasionantes, algunos comunes y urgentes de acometer tanto en el ámbito estatal como en el regional. Es el caso del reto demográfico, absolutamente imprescindible en la hoja de ruta de ambos gobiernos, máxime en Asturias, donde la pérdida de efectivos y el paulatino envejecimiento abocan a una pirámide de población insostenible. También la necesaria creación de empleo y riqueza, que deberá basar parte de su éxito en la captación primero y en la acertada gestión después de los fondos europeos para la reactivación de un continente que aún reponiéndose de la pandemia sufre en la mayoría de sus sectores productivos los efectos de la inflación y la guerra en Ucrania.

La financiación autonómica volverá a ser sin duda durante la próxima legislatura caballo de batalla en las Cortes Generales y en el Parlamento asturiano. El Principado tendrá que emplearse a fondo en reclamar un reparto equitativo y justo de los dineros del Estado, apelando al mandato constitucional que consagra la solidaridad entre territorios, de manera que no haya regiones que, por cuestiones de interés político y partidista, reciban un mayor bocado que otras. Que las diferencias actuales se agranden supondría un fracaso como país, de nefastas consecuencias. Apostar por la investigación y por una educación de calidad como palancas de cambio social y económico resulta, en fin, una cuestión igualmente ineludible. Es el momento de fijar con claridad las apuestas en beneficio del común, lejos de primar los intereses partidistas.

La consecución de estas metas requerirá de amplios consensos. Y por tanto de una reflexión serena entre los partidos políticos que obtengan representación, porque es diálogo y no enfrentamiento lo que demanda una amplia mayoría de ciudadanos de este país que se sitúa en posiciones moderadas. Ojalá sea algo más que un gesto de cortesía la reciente llamada de Barbón al entendimiento, en aras de que Asturias, dijo, se convierta en "un oasis político de diálogo y respeto". Conformar un "Gobierno de progreso" con Izquierda Unida, "moderado en las formas y abierto a dialogar con otras fuerzas", y anunciar el pacto en el cierre de campaña suena a cuadratura del círculo en el actual clima político de confrontación, pero sin duda serviría para sentar bases sólidas sobre las que avanzar. Barbón, con un Gobierno de coalición en minoría, necesitará al menos un voto más para sacar adelante sus propuestas.

En lo que se conoce del acuerdo con IU, preocupa que el exceso de celo ambiental estrangule, aunque solo sea por tortuosos trámites, el crecimiento económico. El cuidado del Paraíso Natural, incuestionable, ha de ser compatible con la actividad empresarial y el entorno rural.

Asturias está huérfana de un relato que genere confianza e ilusión, construido colectivamente y compartido por una mayoría de los ciudadanos. El tono sosegado durante el debate de investidura por parte tanto del Presidente como de la mayoría de la oposición supone un buen comienzo si no se trata solo de buenas palabras. El jefe del Ejecutivo haría bien en no orillar a las fuerzas que han mostrado disposición al pacto. La mano tendida por el portavoz del PP, Diego Canga, es cuando menos una señal que se aleja de la bronca habitual.

De regreso a la cita electoral de hoy, es de rigor hacer una llamada a la participación de los 958.940 votantes asturianos en la decisión de quién ha de gobernar España en los próximos cuatro años, cruciales para el país y que tendrán también lógico reflejo en la región. Seguramente un domingo veraniego y vacacional no sea la fecha más adecuada para acudir a las urnas, máxime tras la sobreexposición política a la que ha sido sometida la ciudadanía desde mayo, pero el espectacular incremento del voto por correo confirma el interés por el sufragio incluso de los que se encontrarán a estas horas lejos de su lugar habitual de residencia.

La crispación política y el irrespirable clima de confrontación son armas peligrosas que provocan el desdén de los ciudadanos hacia sus representantes públicos y favorecen el desentendimiento a la hora de ejercer el derecho al voto. Por eso son tan necesarias las llamadas a la concordia, tan escasas durante una campaña nacional embadurnada de fango. Pese al razonable tedio de buena parte de la sociedad por culpa de esas actitudes políticas tan poco edificantes, merece la pena acudir a votar. España se juega mucho. Y Asturias también.