Un asturiano en Londres

El beso

El "caso Rubiales"

Julio Bruno

Julio Bruno

Es asombroso cómo el revuelo en torno al beso de Rubiales ha cobrado una dimensión desproporcionada. Nos encontramos inmersos en un ciclo constante de indignación, donde parece que la necesidad de expresar nuestra ira es imperante, y estamos dispuestos a criticar implacablemente a cualquier individuo por cualquier motivo. Nos enfrascamos en un ejercicio de aparente virtuosismo ético, como si nuestra postura a favor o en contra de asuntos políticos y sociales definiera nuestra integridad personal.

Resulta cada vez más evidente que queremos opinar sobre todo y sentirnos ofendidos por todo, una urgencia que es ineludible transmitir al mundo a gritos a través de medios sociales para que quede constancia de nuestra virtud.

Curiosamente, se ha invertido más tiempo y energía en debatir el infame beso que en celebrar el logro heroico de nuestras deportistas, quienes, a pesar de las controversias previas al torneo, alcanzaron lo impensable: ser campeonas del mundo. En nuestros días, parece que preferimos abrazar el papel de víctimas en lugar de deleitarnos con momentos gloriosos. El victimismo, paradójicamente, se ha vuelto más seductor que la victoria, incluso cuando es el victimismo del prójimo.

Absteniéndome de adentrarme en la discusión, la cual en sí carece de mérito a mis ojos, es necesario resaltar que la persona besada aclaró que el gesto era entre amigos en un momento muy especial. Su madre incluso compartió su perspectiva y no halló motivo de inquietud en el beso, por poco afortunado y protocolario que fuera. Rubiales, por su parte, pidió disculpas y explicó que el gesto brotó de la euforia acumulada, estallando en ese momento de alegría intensa. Jenni Hermoso, la "afectada", respondió con calma quitando hierro al asunto. Sin embargo, estas explicaciones no son suficientes para algunos, ni mucho menos. Cierta parte del público parece empeñado en ofenderse en lugar de respetar la opinión de la persona en cuestión. Algunos políticos y figuras públicas se apresuran a capitalizar la situación: "Rubiales, ¡renuncia!".

Este acto se carga de insinuaciones políticas, sexismo y abuso de poder, lo cual se convierte en un llamado a la denuncia. Así es como instigamos un escarnio colectivo por un beso que la persona afectada no considera tan relevante. "Jenni, ¿no comprendes la magnitud del acto contra ti?, debes sentirte humillada y abusada; es tu deber para que podamos orquestar una campaña ejemplarizadora". Una narrativa que alienta la hostilidad, y que sigue siendo alimentada sin cesar, ya que estamos en agosto y necesitamos más temas candentes. Después de todo, una crisis como esta no debe desperdiciarse. Nada como una guerra cultural bien ejecutada...

¿Debemos realmente filtrar todas las situaciones a través de nuestros prejuicios? La creciente lista de funcionarios indignados es asombrosa, y su ferocidad no disminuirá hasta que Rubiales renuncie o sea despedido, en aras de calmar nuestra ansia de venganza. Esta indignación que se fomenta en redes sociales, prensa y televisión es una manipulación despreciable de la opinión pública. Es el circo moderno, la arena en la que vamos a gritar y liberar todo el odio que algunos llevan dentro.

Personalmente, no conozco a Luis Rubiales, no he seguido su carrera y carezco de información sobre él, pero no estoy dispuesto a crucificarlo por un gesto tan inapropiado como insignificante. Siempre respaldar a la víctima es lo correcto, pero ¿qué sucede cuando no hay víctima real? ¿No es inquietante que un grupo de personas someta a Jenni Hermoso a una victimización no consensuada, convirtiéndola en "nuestra" víctima? Estos profesionales del odio, adictos al drama y embriagados por la victimización, persistirán hasta que logren amargarnos a todos como lo están ellos. Después de todo, a "kiss is just a kiss", ¿o no?

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