La niña me pide fútbol

Confesión de una antifutbolera

Pilar Garcés

Pilar Garcés

Y a mí se me hace bola. La he apuntado a taekwondo, a vela, a tenis, a natación, a voley. Todo se le da bien, pero quiere fútbol. Lo pide desde que aprendió a hablar, y yo le pongo pegas. Que no puedo llevarla a los entrenamientos ni a los partidos los fines de semana. Con paciencia, y conforme conquista nuevos territorios de autonomía, reintenta el asedio. Al entreno irá sola, a los partidos pedirá ayuda a alguna familia de compañeros, por qué le ha tenido que tocar una madre como yo, que odia el fútbol y que no distingue a Dembélé de Mbappé. Ella habla continuamente del deporte rey y en las escasas horas de pantalla que le permito juega con un equipo que ha formado a base de acumular puntos: "Tengo a Maradona, a Pelé, a Messi, a Gabi, a Courtois…". Cuando le informo de que algunos están muertos y otros prejubilados, me enseña todas las copas que lleva ganadas con su alineación imbatible. Juega a fútbol en el pasillo, en la calle, en el patio del colegio, las zapatillas nuevas le duran un día y me asegura que tiene toque. Hasta los niños mayores se lo han dicho. Mira partidos en la tele y se tira todo el verano vestida con la camiseta de uno de los equipos de sus tíos, con la gorra del otro. Me informa de cómo va la liga, los puntos del Mallorca, de noticias del Arsenal, del Manchester City y del PSG, de novedades que ahora incluyen a Alexia Putellas y a Cata Coll. El domingo del Mundial femenino nos obligó a que el plan de fin de semana incluyera el partido de la selección española. En un bar, rodeada de chicas adolescentes, se reivindicó como futbolera, vibró, y me volvió a reclamar una oportunidad para su ilusión el curso que viene.

Pero se me hace muy cuesta arriba el fútbol. Y me da apuro, porque estoy rodeada de personas que lo disfrutan, con una fidelidad inquebrantable a sus colores. Me dan envidia la pasión con la que hablan de tal jugada, tal fichaje, cual entrenador; las relaciones que establecen a partir de su afición; su peregrinación al campo diluvie o nieve. Pero tengo reparos de meter a mi hija en su mundo y los valores que desprende, y verme de repente en una grada observando la lluvia de insultos al árbitro o al niño que ha fallado el gol, rebatiendo las decisiones de quien manda. ¿Y si me vuelvo loca y me pongo a gritarle a un rival? ¿Y si no es buena como ella cree y chupa tanto banquillo que se pone triste o la echan, como yo sé que ocurre con frecuencia en el deporte infantil de mi ciudad? El fútbol y sus cosas. El fútbol que no es de este planeta, y funciona con sus propias normas. Siempre me ha parecido un agujero negro de misoginia, racismo, homofobia e intereses económicos turbios. La última caverna. No da una batalla ni por casualidad. Le he tenido que explicar a mi hija lo de los insultos a Vinicius. Lo de los jugadores objeto de befa por llevar bolso a una boda. Y ahora lo de nuestras campeonas. Se lo he contado como si ya hubiera acabado, para qué alargarlo: que un directivo se propasó con una jugadora, y que todo el mundo se escandalizó tanto que le han echado. Que el fútbol ha aterrizado en el tiempo en que vivimos por la fuerza. Que la manera condescendiente de tratar el deporte femenino se tiene que acabar. Que quienes mandan en la Federación deben respetar las leyes como los demás y aprender la lección porque han dado vergüenza. Y que la valiente Jenni falló un penalti, pero le metió un buen gol al machismo.

Suscríbete para seguir leyendo