En territorio menonita

De cómo el asturiano Francisco Rodríguez levantó una factoría láctea en Chihuahua, donde habita una comunidad refractaria al progreso

Fernando R. Miranda

Fernando R. Miranda

Viajo hasta la lejana Chihuahua, al norte de México cerca ya de la frontera con los Estados Unidos, y me cuesta creer que hace cuarenta años se hubiera acercado hasta aquí un emprendedor asturiano para poner en pie, nada menos, que una factoría láctea. Porque una cosa es recorrer hoy una imponente planta en vanguardia de la tecnología, donde trabajan más de cuatrocientas personas y, otra bien distinta, es ponerse en los zapatos de aquel inquieto y perspicaz empresario asturiano que, un día, decidió diversificar su negocio en un territorio ignoto poblado por campesinos anclados en el pasado.

Los menonitas llegaron al estado de Chihuahua en 1922, donde se asentaron ocupando 250.000 hectáreas con el beneplácito del por entonces presidente Álvaro Obregón. Esta comunidad era totalmente refractaria a la evolución y al progreso en aquella época, pero precisamente, su estilo de vida hizo posible que llegaran hasta nuestros días elaboraciones de exquisita materia prima lechera, como son sus quesos artesanos. El emprendedor Francisco Rodríguez entendió que se podía aprovechar el suero de la leche que los menonitas desechaban por su doctrina enfrentada con la tecnología. De esta manera, se convirtió en una gran referencia del tratamiento lácteo industrial en todo el continente americano.

No sé cuándo ni cómo se dio el paso ni tampoco cuál puede ser el punto de inflexión que te lleve de un proyecto empresarial en Anleo, Navia, a desarrollar una multinacional con varias factorías por el mundo. Pero lo que hay que reconocerle a este cangués de Leitariegos, además de estar en posesión de un gen innovador, es que disfruta de un envidiable sentido de la anticipación y de una lectura entre líneas del mercado más que notable.

De los 120.000 ciudadanos menonitas que residen en el país azteca a día de hoy, 90.000 lo hacen en Chihuaua. Se han convertido en los primeros productores de maíz de México gracias a que sus métodos de trabajo, afortunadamente, han evolucionado dando entrada a la maquinaria en sus campos para satisfacer la demanda de la fábrica de capital asturiano, que les compra un millón de litros de suero al día.

Al frente de esta factoría está José María González, un luarqués que lleva el timón con pulso firme desde el comienzo, haciendo posible el día a día de este milagro con raíces en el Principado de Asturias. Los menonitas han puesto la esencia de sus tradiciones y los nuestros, en este caso, el talento y la iniciativa para desarrollar audazmente una gran obra empresarial. Cada uno a lo suyo, sí, pero se me antoja que nada en esta vida, por antagónico que parezca, es necesariamente incompatible. Unos, actualizándose a la fuerza después de décadas de rigidez en sus creencias y otros, desarrollando un proyecto tractor capaz de cambiar el modus operandi de un entorno rural hasta entonces aletargado.

Hoy, comprobamos cómo hay empresarios mexicanos invirtiendo en Asturias. El diálogo entre las dos orillas se ha intensificado en una relación de ida y vuelta que tiene siempre como referente las dos grandes emigraciones pasadas: la política y la económica. Al final, el reto, la búsqueda de oportunidad, sigue siendo la misma. En este momento nuestra tierra busca nuevos nichos de mercado en un mundo convulso y no exento de complicaciones. Pero en último extremo, tanto en la empresa como en la sociedad, lo que cuenta es el factor humano: personas organizadas que tengan un plan y, además, una fórmula racional para llevarlo a cabo.

Francisco Rodríguez, el fundador de Reny Picot, intuyó la globalización y no vio ningún problema en agigantar una idea entre colonias de campesinos con una cultura contrapuesta a la suya. Ahora que a nuestra Asturias parece favorecerle -entre otras circunstancias- los efectos del estrés climático, bueno será recordar lo mucho de valioso que tenemos como Comunidad. Si desde fuera vienen a visitarnos y/o a invertir es porque, necesariamente, tienen que valorar lo que podamos atesorar... aunque a veces esté pendiente de florecer.

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