Epígrafe

"Marx puede esperar"

El brillante y duro documental de Marco Bellocchio sobre el suicidio de su hermano gemelo

José Martínez Jambrina

José Martínez Jambrina

Marco Bellocchio tiene 84 años y es uno de los grandes directores de cine europeo. Suya es la genial película "Exterior noche" (2022), donde revisa el secuestro y ejecución de Aldo Moro, o "El traidor" (2019), donde recrea la vida del capo Tommasso Buscetta, que fue quien suministró a Giovanni Falcone los nombres de los líderes de la mafia siciliana posibilitando así aquel famoso proceso.

Pero entre estas dos obras maestras, en 2019, Marco Bellocchio filmó un formidable documental sobre la historia que más le ha afectado en su vida: hizo una película sobre sí mismo y su hermano gemelo, Camilo, que se suicidó en el año 1969, cuando Europa olía a mayo del 68.

Marco Bellocchio ha hecho una película, "Marx puede esperar" (Filmin) para ajustar cuentas consigo mismo: "Que se suicide un hermano es muy difícil de asumir, pero que se suicide alguien con el que compartiste prácticamente todo durante 29 años de vida es algo inasumible".

A juzgar por el análisis de su amplia obra hay referencias al suicidio de su hermano en varias películas. Y curiosamente, desde 1978, el coguionista de cuatro de sus películas es el psiquiatra Massimo Faggioli con el que rueda: la exquisita "El diablo en el cuerpo" (basada en el libro de Raymond Radigues con el desnudo inobjetable de Maruschka Detmers comiéndose el protagonismo del cartel anunciador y de la cinta), "El aquelarre", "La condena" y "El sueño de la mariposa".

"Marx puede esperar" es una frase curiosa y muy relevante, entonces y ahora.

Camilo, el gemelo fallecido, es descrito como alguien que siempre llevaba encima un velo de melancolía. Un día, en una conversación con Marco que le reclamaba una mayor implicación en la lucha por los ideales del 68 y en la transformación social del marxismo, Camilo le contesta: "Mira, yo no sé que hacer con mi vida, no sé qué tengo dentro, pero para mí lo más importante es acabar con esta angustia que me corroe. Así que, por mi parte, Marx puede esperar, que tengo problemas más importantes."

"Marx puede esperar" tiene una performance muy original. Es una película llena de calma, orden y desideologizada por lo que sería muy difícil de rodar en España: los 84 años de Marco Bellocchio le distancian de intereses partidistas, vendettas y rivalidades.

En "Marx puede esperar" se reúnen todos los hermanos Bellocchio que quedan vivos, casi todos octogenarios, para hablar del suicidio de Camilo. Parece que son los hijos de Marco Bellocchio quienes piden explicaciones a su padre sobre por qué ha mantenido ese suceso tan atenuado en su vida

La película rezuma brillantez, lucidez y dureza. No es asunto fácil de tratar ni siquiera 54 años más tarde. Cada hermano relata su angustia, su temor, su pena. Camilo debía ser un joven adorable al que le fue fallando todo en la vida. Al menos, en su cabeza. Su búsqueda de ayuda no fue tenida en cuenta con la intensidad que la demandaba. También alternaba periodos de bonanza y cierta felicidad con la tristeza. No es fácil detectar entre los seres queridos que ahí pasa algo grave. No creo que esto sea diferente ahora cuando estos problemas tienen tanta importancia. ¿Por qué sufrimos y sobre todo por qué un joven de 29 años con un buen futuro por delante decide ahorcarse en el gimnasio de su casa? 54 años más tarde los hermanos siguen sin comprender lo sucedido. Tras la muerte vinieron las explicaciones: que si un accidente, que si estaba jugueteando y sufrió un despiste, que si un desengaño sentimental, etc. Camilo escribió varias cartas en los meses previos a su gemelo Marco donde le contaba sus dolores y escribió una última carta que recogió el hermano mayor y donde decía que iba a suicidarse porque no podía con su angustia. Su existencia ya era una carga innecesaria. La carta estaba llena de manchas de lágrimas. El hermano mayor, Pierluigi, quemó esa carta nada más leerla ".. eran días confusos y seguro que la policía iba a venir a casa y a saber…", explica aún entre estupor y temblores.

La familia Bellocchio ha vivido bloqueada por la culpa. La culpa bloquea pero relaja y anestesia. El más interpelado por los hechos es Marco, el prestigioso director, el héroe admirado al que Camilo pidió ayuda y no tuvo respuesta.

Estamos ante una gran película en la que no sobra nada. No es un melodrama ni tiene tramos comerciales. O sea, que hay que verla como la vida, densa y en calma. Está rodada en color pero el pasado reaparece entre grises, blancos y negros. Comenta mi colega Giuseppe Riefolo, y coincido plenamente, que la película tiene un fallo grave: la figura del psiquiatra, Luigi Cancrini, que comparece para liberar de culpa a la familia deslizando la causa del suceso hacia una enfermedad no diagnosticada.

Esto no es así en el suicidio. Entre los familiares y allegados, la culpa y las responsabilidades sobran, siempre están demás. No hay motivo racional alguno para que se manejen esos sentimientos. Es impresionante la lápida de silencio que cayó en la familia Bellocchio sobre el hermano "fallido". La religión católica, que tantos aciertos ha tenido, ha estado poco afortunada al escuchar impasible esas vivencias y estigmatizar al suicida. Y da lo mismo que haya una última carta al respecto.

Hoy tenemos más recursos para tratar a quién verbalice este tipo de tendencias y quiera vivir sin ese sufrimiento. Pero sobre las causas por las que una persona se quita la vida es mejor ser prudentes y guardar silencio.

Sobran culpas, responsabilidades y recuerdos mal elaborados, que es lo que le ha pasado a Marco Bellocchio. Lleva 54 años corriendo en círculo. Y ahora un psiquiatra le dice que no podía hacer nada porque Camilo ya estaba muy enfermo. Puede que esto le tranquilice. Pero el problema no está ya en 1969. El problema de Marco Bellochio es cómo reconstruirse sin psiquiatras que le absuelvan, sin culpas ni responsabilidades, como le verán los demás a diario, viviendo sin prótesis falsas ni anestesias. Porque más allá del profundo duelo por la pérdida no hay razón lógica para cargar de culpa a quienes se quedan. Ni para que sientan vergüenza. Tal vez tras este documental Marco Bellocchio haya podido transformar sus reminiscencias en recuerdos íntegros. Y así, seguir viviendo. Hace poco leía una cita que venía a decir que no hay creación artística que surja más que para escapar del infierno. Me parece excesivo. Prefiero aquel diálogo de Claude Chabrol en "La flor del mal" (2002):

"Mi querida Michelle, el tiempo no existe, ¡ya lo verás!

Sólo hay un largo presente perpetuo".

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