Tipos de soberbia

La rebaja de pena a un integrante de "la Manada" gracias a la ley de Irene Montero

Carmen Martínez Fortún

Carmen Martínez Fortún

La soberbia de Irene Montero es de tan alta intensidad que provoca arcadas. Tanto que ni en Sumar la quieren, aunque sigue dando la matraca, inmune a las evidencias e incapaz del más básico examen de conciencia. Para culminar el esperpento, el periódico más sumiso al régimen sanchista –hay otros– en una operación de lavado de imagen inconcebible en un país serio y esperemos que condenada al fracaso, le otorgó una especie de tabla de salvación, reflotándola el otro día con una entrevista en la que se revolvía contra los entrevistadores motejándoles de antitransexuales o algo similar, que con sus razonamientos me pierdo.

Pero la realidad es la que es, no admite componendas y se resiste a esa pedagogía barata, machacona y envolvente para crear estados de opinión que incluye tanto la rehabilitación de ministros desastrosos como la posibilidad de amnistiar a un prófugo chantajista o de convocar un referéndum inconstitucional –no es un huido, serán indultos en cadena, lo llamaremos consulta– mientras nos van acostumbrando a la idea. Así que ayer mismo se conocía la última consecuencia de la ignorancia supina, la imprudencia osada y el empecinamiento sin tregua en nueva rebaja de condena, de momento, a un integrante de "la Manada". El abogado del violador le dio las gracias, a ella y a Ione Belarra, mas no se entiende que no añadiera a Yolanda Díaz, que incluso votó en contra de reformar la ley aunque después vetara a Montero, ofrendándola en deslealtad galopante como cabeza de turco necesaria para seguir al mando de lo que Sánchez llamó su entorno y que él necesita tanto como a los independentistas.

La soberbia de la portavoz del Gobierno, Isabel Rodríguez, es sutil, adobada con lamentos hipócritas sobre las víctimas con las que está su corazón y el de todo el gabinete, aunque sus acciones hayan estado tan en contra. Y todo justo antes de mudar su sonrisa en rictus justiciero contra el golpista Aznar, que ese sí es un golpista y no Puigdemont, bajo el que su jefe pretende poner España entera –a usted y a mí, querido lector– de rodillas y a sus pies.

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