El doliente lamento de la diáspora

Francisco García

Francisco García

Si dejamos de mirarnos el ombligo, levantamos la cabeza y ponemos los ojos en el horizonte, descubriremos que hay muchas Asturias fuera de Asturias. Si allá donde se encuentra un asturiano envuelto en la túnica de la nostalgia pervive la esencia de esta región y trazas de su ADN, podría decirse que hay cientos de miles de Asturias esparcidas por el mundo, más allá de Pajares y allende los océanos. Más de 155.000 nativos de esta comunidad autónoma residen fuera de su tierra, en otros lugares de España con porvenir más halagüeño. Y unos 32.000 se han establecido en otros países. La cuenta es bien sencilla: veinte de cada cien asturianos ya no están aquí. Y un alto porcentaje seguramente no va a regresar, salvo a ahogar la morriña en época de vacaciones. Hay tantas Asturias fuera de la región que el gozo duele cuando no se pueden atender sus necesidades.

Representantes de la diáspora pasan unos días en Asturias y merece la pena escuchar su llamada de náufragos: “Solo con gaita y sidra no se puede”. Los de mayor edad de esos emigrantes componen el último hilo de un arraigado sentimiento de pertenencia que puede desmadejarse para siempre. ¿O los emigrantes en el extranjero solo son importantes cuando se aproxima una contienda electoral?

Dice Barbón que los centros asturianos de la diáspora son las mejores embajadas de Asturias. Pero para hacer bien su trabajo, para servir de puente, para trenzar lazos y evitar que la relación umbilical quede cortada para siempre, esos anónimos embajadores requieren de medios técnicos y humanos. No solo el cariño sustenta la fortaleza menguante de esas antenas astures. De poco servirán las buenas palabras y las mejores intenciones si cuando Raúl Estrada ya no esté en Comodoro Rivadavia dejará de cocinarse la fabada más austral, tan cerca del Polo Sur. Y dejará de sonar en tantos países del otro lado del charco el eco melancólico del “Asturias, patria querida”.

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