Dos nuevas amenazas para el campo asturiano

Editorial

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Muchos sectores se sentirán molestos tras las sucesivas crisis económicas y el escaso músculo del Gobierno regional para improvisar remiendos a sus males, pero ninguno ha sido peor tratado, más desatendido y se ha quejado menos que el agrario. ¿Será porque, utilitarismos de la política, con las zonas rurales abandonadas, los votos de los campesinos no merecen ya cuantitativamente la pena? El catastrazo en marcha para las fincas y la propagación silenciosa de la «fiebre de las vacas» llena de incertidumbre a los ganaderos. Pueden ser la puntilla a un campo que se desmorona. 

Nadie mira por el campo. Los últimos pronósticos del centro de predicción Hispalink-Asturias, divulgados el pasado mes, resultan demoledores. Vaticina el departamento de estudios que el sector agropecuario y pesquero de la región caerá este año un 13,5%. Y lo seguirá haciendo un 3,1% en 2024 y un 4,4% en 2025, en un hundimiento que no ve cerca el suelo. A pesar del escaso peso en el PIB de la actividad primaria, su hundimiento ya es tan intenso que lastra las tasas de crecimiento asturianas y refrena en términos absolutos el avance en la industria y los servicios.

Nada facilita la vida en el entorno rural. A la lejanía a los principales servicios, los asturianos de los pequeños pueblos y caserías deben añadir las penalidades de una actividad abnegada que exige una atención continua, casi sin descanso, y muchos sacrificios. En este contexto, el aumento de los contagios por la enfermedad hemorrágica epizoótica –"el covid de las vacas" la denominan algunos informalmente por su velocidad de propagación–, está haciendo pasar a decenas de ganaderías por momentos desconcertantes sin que se hayan adoptado medidas claras para combatirla, ni orientado o asistido adecuadamente a las explotaciones afectadas.

Por si el saneamiento de la cabaña fuera asunto de poca envergadura, aparece el Catastro para acometer una revisión masiva del valor de miles de fincas, tal como informó en exclusiva el pasado domingo LA NUEVA ESPAÑA. Los expertos tratan de matizar el impacto a efectos del IBI, considerando mínimas las cantidades en las que va a incrementarse el recibo. Sea poca o sea mucha la subida en la valoración de la propiedad, una cosa está clara: a efectos fiscales siempre tendrá consecuencias. Ahora o en el futuro. En el momento de heredar o vender, por ejemplo, como también apuntaron algunos asesores en este periódico, porque la cantidad a sumar para liquidar el impuesto de sucesiones será mayor. Lo que por un lado da la Política Agraria Común (PAC) por el otro se lo queda Hacienda.

Las emergencias veterinarias y los agobios fiscales en ciernes son dos nuevas amenazas en tiempos de extremo pesimismo. Los campesinos vienen denunciando en numerosas protestas claramente su dramática situación. La sucesión de manifestaciones todavía no tiene el carácter de una revuelta permanente y organizada, pero la inacción frente a sus dificultades no hace más que cargar de argumentos a quien quiere llevar hasta las últimas consecuencias, y con taimados fines, este estado de malestar. La caída de las rentas campesinas es continuada y la sucesión de agravios, inmisericorde. Nadie, ni la UE, ni el Gobierno central, ni el asturiano, ha movido un dedo para entender las razones de las quejas, aliviar las cargas e intentar frenar el desplome.

Y, cuando presionados por las circunstancias, los políticos al mando se ven obligados a comprometer medidas solo aciertan a ofrecer subvenciones, como quien calma su conciencia lanzando de vez en cuando unas monedas a los pobres. El campo tiene dignidad. "Esto no se arregla con limosnas", claman sistemáticamente los agricultores en sus protestas. Un grito de socorro que va más allá, a lo estructural, a promover cambios profundos. La situación es de supervivencia. Ya no ocurre solo que el peso de los productores en el sistema resulte casi insignificante frente a las cadenas de distribución o las grandes corporaciones, y ello les suponga llevar las de perder cuando toca recortar ingresos, sino que los costes de producción se han desbocado por la inflación y la guerra.

Los productos asturianos cuentan con prestigio y demanda. Probablemente no exista una imagen de marca tan potente como la de añadir a una etiqueta el indicativo "hecho en Asturias". La industria agroalimentaria despunta y cuenta con porvenir. Con su arraigo al ámbito rural, constituye un factor esencial para frenar el despoblamiento y atraer trabajadores jóvenes a las áreas más castigadas. Pero sin la materia prima en origen difícilmente esos pequeños empresarios, casi artesanos alimentarios, lograrán volar alto. No dejemos morir el campo. Asturias, sin sus ganaderos y campesinos, perderá gran parte de su esencia. No será la misma. No será nada.