Princesas populares

La "Leonormanía"

Ánxel Vence

Ánxel Vence

"Que pase el servicio, que estas cosas le gustan mucho", ordenaba el marqués de Leguineche, en trance de morir, para que los empleados domésticos se solazasen con su agonía. Berlanga ideó esa escena en su desternillante película "La Escopeta Nacional", pero no le faltaba razón al imaginario marqués. Las cosas de la aristocracia y en particular las de la realeza siempre han gustado sobremanera al personal de a pie.

Baste observar, para confirmarlo, la desusada expectación que suscitó el otro día la jura de la princesa Leonor en el Congreso. Las teles, que están a la que salta, transmitieron en directo el acto en previsión del fuerte tirón de audiencia. La apuesta era segura y acertaron plenamente.

Entre unos y otros canales sumaron tres millones de espectadores, a pesar de que el horario del acto –coincidente con el laboral– no era precisamente de prime time. Siete de cada diez televidentes, entre todos los apostados ante la pantalla a esa hora, eligieron ver el juramento de la futura reina.

La ceremonia llenó páginas y páginas en la prensa mundana especializada en estos asuntos, como es lógico. Las revistas del papel cuché desmenuzaron los menudillos de lo que había sucedido en el Congreso y en el Palacio Real, sin privar a sus lectores del menor detalle.

Dieron cuenta de los modistos que habían firmado los modelos –de señora– más destacados del acto, junto a datos de los invitados a besar la mano de la Real Familia, cotilleos sobre la férula que llevaba el rey, platos del menú y anécdotas de protocolo.

Todo ello dejó claro que se trataba de un acto social, por más que los diarios de cejas altas y algunas tertulias insistieran –no sin razón– en subrayar los aspectos políticos del acontecimiento. Después de todo, la joven protagonista de la escenografía es la llamada a ocupar, cuando le toque, la Jefatura del Estado. Y qué importará eso.

Los ecos de la jura llegaron a la prensa popular del Reino Unido, que dedicó buenos espacios al evento y hasta cinceló en sus titulares el concepto de "Leonormanía". Los ingleses, que siglos atrás fueron nuestro más enconado rival en los mares, suelen bordar estas cosas: y lo cierto es que se han rendido a Leonor.

No es cuestión menor, si se tiene en cuenta que los británicos han convertido a la monarquía de su país en una industria de gran rendimiento audiovisual y turístico, incluso antes de que Lady Di fuese elevada al rango de princesa del pueblo por el socialista Tony Blair.

Aunque la realeza española no goce de ese predicamento, conviene admitir que con Leonor ha nacido una nueva estrella en el mundo de las celebridades. Ni siquiera sería de extrañar que los republicanos leyésemos a escondidas la prensa rosa para seguir, disimuladamente, los primeros pasos de la princesa en la escena y su indudable tirón dinástico entre las marujas y marujos.

Es natural. Los cuentos de princesas han encandilado desde siempre al público, que acaso encuentre en ellas una evasión de las guerras y demás tragedias que en la vida real afligen al mundo.

Berlanga supo verlo mejor que nadie –salvo Walt Disney– cuando dijo por boca del marqués de Leguineche que estas cosas de los "royals" y asimilados gustan mucho al pueblo a su servicio. Tanto da que sea un funeral, una boda o una jura en el Congreso.

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