Juicio Universal

La necesidad de leer a Papimi

Juan Tallón

Juan Tallón

Me escribió el propietario de la sombrerería "La Lucha", Pablo Pachón, a mitad de semana. Estaba de mudanza y, moviendo libros, acababa de encontrar "Juicio Universal", de Giovanni Papini. Me había oído confesar en algún lugar que estoy obsesionado con ese libro y, en general, con Papini, y me preguntaba si quería quedármelo. Me lo regalaba. Obviamente, lo quería. "Quiero esto" es una de las subtramas más fructíferas de la vida. ¿Quién no experimenta, cada poco, el impulso de hacerse con algo que no tiene, o que ya tiene, pero quiere más? Yo, por ejemplo, tenía tres ejemplares de "Juicio Universal", descontados dos que había regalado a amigos en los últimos años. Con el de Pablo me reponía. Además, era un ejemplar que conservaba la sobrecubierta original, en la que aparece el arcángel Gabriel, sobre fondo rojo, tocando la trompeta.

Papini trabajó durante treinta años sobre esta obra, por la que desfilan cientos de personajes históricos, legendarios e imaginarios, cada uno representando una forma de vida, un pecado, una condición, una jerarquía. Comparecen reyes, asesinos, sacerdotes, filósofos, ladrones, soldados, poetas, campesinos, suicidas, apóstoles, políticos, dictadores, papas, brujos, científicos, locos, artistas, esclavos, artesanos, atletas… Desvanecido el mundo, y muertos y resucitados, todos prestan testimonio en primera persona, mientras se defienden y muestran lo mejor y peor de sí mismos, dando pie a un retablo gigantesco.

Me pasé la adolescencia oyendo decir a mi padre "Hay que leer a Papini". Me costó muchísimo conseguir mi primer ejemplar de "Juicio Universal". Mi padre hacía mucho que había extraviado el suyo, cuando perdió todos sus libros en Barcelona. De hecho, tuve que robarlo en una biblioteca. Era un libro tan deseado que no me bastaba con leerlo, quería poseerlo. Aquello me degradó. Pasados veinticinco años se lo confesé a los bibliotecarios, que me perdonaron. Lo peor es que volvería a hacerlo, y a degradarme por segunda vez, pues nada se puede hacer contra una obsesión.

Suscríbete para seguir leyendo