Palestina: una tragedia colonial

Una alternativa utópica y, paradójicamente, más realista al conflicto de Gaza y Cisjordania

Francisco Erice

El castigo extremo desatado contra la población inerme de la franja de Gaza ha intentado justificarse mediante el supuesto "derecho de defensa" de un Estado permanentemente amenazado, verdadera "fortaleza asediada". En realidad, la existencia de Israel nunca ha corrido grave riesgo, salvo quizás en la fase inicial de la guerra de 1973. Sin embargo, el "síndrome de Masada" (la Numancia legendaria del pueblo judío) y la apropiación pro domo sua de la tragedia del Holocausto son parte sustancial de la mitología nacional israelí y coartadas de su política agresiva.

Una "explicación" más coyuntural sitúa el punto de partida del drama actual en el ataque de Hamás del 7 de octubre, que sin duda acentuó la dureza de la respuesta y galvanizó a la población israelí en apoyo de las acciones punitivas, pero que, como señalara el secretario general de la ONU, no puede explicar una violencia que ya se prolonga 75 años. Antecedentes próximos, con miles de muertos y heridos civiles palestinos, como las operaciones Plomo Fundido (2008) o Margen Protector (2014), o la masacre de manifestantes en la Marcha del Retorno (2018), muestran las profundas raíces previas de lo que ahora se eleva al paroxismo.

La causa esencial del conflicto, por el contrario, responde a la naturaleza misma del Estado de Israel, producto de un nacionalismo étnico europeo de base religiosa, con su sentimiento de "pueblo elegido" portador de derechos exclusivos "naturales e históricos" sobre el suelo de Palestina (Eretz Israel, para los sionistas). Nacionalismo que acentúa sus pulsiones agresivas al combinarse con un proyecto colonial.

Este último rasgo no era ningún secreto para los pioneros del nacionalismo judío. Herlz (fundador del Movimiento Sionista Mundial) o Weizmann (el primer presidente de Israel) lo proclamaban abiertamente, junto con la contraposición civilización-barbarie aplicada a sus relaciones con la población árabe. Dirigentes políticos como Golda Meir gustaban de evocar un mito tan típico del sionismo como característico del colonialismo en general: Palestina era "una tierra sin pueblo", apta, en este caso, para acoger a "un pueblo sin tierra" que, además, retornaba a su "patria histórica" (sic).

Es este carácter colonial lo que explica la persistente limpieza étnica, que se inicia en 1948 con la expulsión de 700.000 palestinos a los que –pese a la resolución de la ONU– no se permitió regresar, junto con la rapiña de sus tierras y el borrado de memoria de su presencia previa en el territorio. O la violencia del "apartheid" en Gaza y Cisjordania desde 1967. La brutalidad cotidiana de la ocupación ha sido contundentemente testimoniada, por ejemplo, por el judío estadounidense Noam Chomsky, incluyendo el uso habitual de epítetos racistas como arabushim; o reiterada en informes de Amnistía Internacional y en los artículos de muchos periodistas honestos sobre el terreno. La animalización del "otro", la humillación real y simbólica del colonizado que debe "agachar la cabeza" física y psicológicamente ante el colonizador, constituyen el pan cotidiano de la inmensa tragedia de la ocupación.

La solución del conflicto no puede ser ajena a la capacidad de la Palestina oprimida para ejercer con inteligencia y tesón su legítimo "derecho a la resistencia". Frente a la posibilidad, nada remota, de la culminación de la limpieza étnica, la opción de los "dos Estados" parece a priori la más factible. Podría aliviar la vesania enloquecida del ocupante, pero adolece de la dudosa viabilidad (por extensión y fragmentación) de un segundo Estado en la exigua proporción del territorio de la Palestina histórica que Israel aún no se ha anexionado formalmente. Lo deseable, lo más utópico y, paradójicamente, lo más realista a medio plazo, sería una futura descolonización a la manera sudafricana, con la des-sionización de Israel y la creación de un solo Estado democrático y de ciudadanía, donde los dos pueblos pudieran coexistir en paz e igualdad de derechos.

*El texto resume de manera fidedigna los argumentos de mi intervención en un debate celebrado en el Club Prensa Asturiana de este periódico el pasado 17 de noviembre.

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