Como una bala, dentro de lo que cabe

Las nuevas experiencias con la Variante de Pajares

Carlos Fernández

Carlos Fernández

Me contó hace años Javier Cuervo lo del paisano en una mesa del bar, solo, con la botella de sidra y el vaso delante, la tele encendida por la que en ese momento sale Miss Mundo. El hombre la mira de manera turbia y murmura "Ye fea pa perro". Los asturianos somos así. Con la Variante sucede algo parecido. Que se tardó mil años, que la montaña marcha, que no se ve nada... Pero la Variante es el mayor proyecto de obra civil de la historia de nuestros trenes, y eso que ya teníamos el nivelazo mundial de la Rampa increíble; y la victoria total sobre la Cordillera.

Este trazado permite, además, ir y venir a Madrid en el día, lo que está bien para el asunto de hacer gestiones, ahorrándose cuando menos una noche de hotel, aunque hay que decirlo todo: tampoco han inventado la pólvora, pues eso ya se hacía en la época fastuosa del coche–cama. Se salía a las once de la noche de Oviedo, se llegaba a las siete de la mañana a Madrid. A las diez y media de la noche se salía de Chamartín, a la cama con sus sábanas y demás, a dormir feliz, y a primera hora en Oviedo, listo para el curro, viajando como un señor. Las cosas como son.

Para hacerlo hoy hay que pegarse el madrugón. Alarma del móvil a las cinco, levantarse destemplao, tostadora, cafetera, desayuno tenso, no hay noticias en la radio aún. A la calle, la presión en el pecho, allá a lo lejos la estación. El quiosco cerrado, hasta Madrid sin LA NUEVA ESPAÑA. El deshabillé en la cinta transportadora ante el paisano del chaleco verde fosforito, los rayos X, la cola para el control de billetes –todos lo llevan en el móvil, yo, impreso en casa, tamaño folio; me miran, "homo pleistocénicus"–, quince minutos polares en el andén.

La entrada lenta con zumbido del tren–pato en la estación impresiona, hay que reconocerlo. Asiento 6C del coche 5, saliendo de la Estación del Norte a las 06,56. No hay nada como un buen tren. El sillón confortable, el ventanal fantástico, por algún lado la cafetería, la mesilla bajada en la que voy tomando estas notas, y en la rejilla una edición preciosa de "El Mago de Hoz", que uno no ha perdido su infancia. En la pantalla de vídeo hay una película, aunque prefiero leer.

Hasta Pola de Lena, la cosa no promete, es el tren de James Bond: "Agitado, no mezclado". Sesenta por hora a trompicones. De pronto, la frase no apta para personas normales y apacibles: "Equipo de a bordo, preparen operaciones", que traducido quiere decir "Que sea lo que Dios quiera".

El convoy comienza a deslizarse. Se respira aire de expectación en los pasajeros, una mezcla de miedo y fascinación. Y desorientación, porque hay media docena de túneles antes del de verdad. La gente mira por la ventanilla, solo hay algo negro, con bombillas, o lo que sea, cada nada. Once minutos de ombligo apretado. Pienso en el kilómetro de montaña que tengo encima, y me pregunto porqué no nos ponen la imagen del túnel en la pantalla, como hicieron con el viaje del Rey y demás basca días atrás. El personal no aparta la vista del velocímetro, viendo como sube. Hasta 182 kilómetros por hora. Uno piensa, en su moderación, que el maquinista podía levantar algo el zapatu, que tampoco pasa nada por unos minutinos más...

De pronto el traqueteo otra vez, y La Robla. A partir de ahí, ya todo es conocido. Hay una sensación extraña al llegar a León. Si sales de Oviedo a las siete no puedes estar en León a las ocho, es romper con toda una vida. Pero es bueno estar ahora tan cerca de la ciudad hermana –no hay asturiano que no esté encantado en León; fundamentalmente, por la ligazón cultural con el Húmedo–.

El tren arranca; toca cafetería. Hay clientela. Tres ejecutivos currantes –se les nota por el traje azul chillón pelín raquítico y zapatos picudos– desayunan cada uno por su lado bocata y cerveza. Una chica de gran volumen, pantalón comprimido de cuero y uñas con chispinas doradas pide leche con "cola-cado", tres sobres de azúcar y dos donuts, lo que explica su sobrepeso debido a un problema hormonal.

Comienza a amanecer en Palencia. En toda Castilla la niebla es londinense, el velocímetro marca 250 kilómetros por hora. Uno, que es algo cenizo piensa en una vaca en medio de la vía. Al otro lado del pasillo una mujer que andará por los veintitantos habla por el móvil: "Manolo, te hago un bizum y así te relajas ¿vale?". Menos mal que mi hijo me explico días atrás en que consiste un bizum.

Túnel de Segovia. 246 kilómetros por hora. Nos ganan por goleada. Chamartin. Son las 10,45, llegada prevista, 10,15. El andén recuerda el Día de Les Carroces, no se cabe; la gente corriendo hacia la terminal, que está a un kilómetro.

Se hacen las gestiones en Madrid. A media tarde, cuando el cuerpo pide tomar unas cañas, toca tirar para Chamartin, con sus obras inacabables. Otro paso por el "Cheik Point Charlie". No hay donde sentarse. Salen los números de andén de todos los destinos menos el de Asturias aunque haya pasado ya la hora de salida. ¡Por fin! Escorribanda. Hay un alvia vacío, pero no es. El nuestru está a un kilómetro. A mitad de la carrera el tren vacío se va tranquilamente, pues la vía tiene una derivación. Uno se pregunta porqué no lo hicieron primero y así acercar el que va a Asturias.

En mi asiento –siempre compro "pasillo", para ir más libre- hay una paisanina de mirada inocente.

–Ye el su sítiu ¿eh, señor? Ye que yo ahí no respiro, si no-y da más...

A pesar del retraso, el tren no arranca.

–Puntualidad inglesa -dice alguien detrás de mi.

Debido al madrugón no me tengo. Quedo frito hasta Valladolid. Palencia. Cafetería. Dos de los tres ejecutivos de la mañana meriendan bocata y cerveza. Un tipo moreno, de cabellera rizada y gafas de sol oscuras –es de noche– lleva una cazadora que dice "Air Jordania". A su lado, no se pone nadie y va más ancho que otro poco. Buen truco; compraré una cazadora así. Tras la cerveza y la bolsa de patatas fritas vuelvo a mi asiento, de ventanilla. La paisanina me sonríe beatífica. Tiene cara de inofensiva, solo le falta ir haciendo ganchillo. Pasamos León. En nada el túnel. Por megafonía nos dicen que miremos el pasillo de evacuación. ¿Por?

–¿Qué le parece, mujer?: estamos bajando a 200 por hora.

–Ay fíu, val más no pensalo. Pasar el puerto así. Si lo viere el mio Gerardo... Dicen que van a dejar de parar en Mieres, entós ¿onde me voy bajar? ¡Que va, como si hay que hablar con un mandamás!

Resumen: la variante, fantástica. Renfe, estable, manteniendo sus "incidencias puntuales" diarias. No sería lo mismo sin ellas. El valor de la tradición.

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