Falsa seguridad y verdadera angustia

Una invitación a aceptar las limitaciones humanas para mejorar la salud psíquica

Ángel García Prieto

Ángel García Prieto

Los profesionales de la psiquiatría estamos asistiendo hace ya años al progresivo aumento de alteraciones psíquicas que denominamos trastornos de ansiedad y que se manifiestan en forma de fobias, de obsesiones, de síntomas psicosomáticos o de simple y directa ansiedad. Se trata, para entendernos y no entrar en matices de especialista, de la enfermedad que antes llamábamos neurosis, y que incluso ahora aún puede ser así designada en algunos ámbitos.

Las razones del crecimiento en la presentación de dichos trastornos son múltiples. Podemos decir, en primer lugar, que ahora es mucho mayor el número de enfermos que acude al médico con estos síntomas, eran pacientes que en épocas pasadas pero aún cercanas sufrían este trastorno en silencio, discreción o vergüenza sin la ayuda del profesional. Por otro lado no es aventurado afirmar que ha aumentado la incidencia de la enfermedad durante los últimos años en nuestra sociedad, por causas diversas que no vamos a entrar a analizar ahora.

Una de las bases sociales de estos trastornos está caracterizada, existencialmente, por un ego-centrismo que busca convulsivamente la seguridad. Es un excesivo amor a la propia vida que acaba haciéndola problemática. "El riesgo a que se expone el yo es tanto más grave, cuanto mayor la solicitud con que se busca su protección", decía Kunkel, un clásico de la psiquiatría germánica.

En una sociedad excesivamente volcada en encontrar mecanismos de seguridad, es lógico que se den más individuos a los que el nadar y guardar la ropa les conduzca al ahogo. "El que ama su vida, la perderá", dice la conocida consideración moral evangélica, que también se puede traer aquí para referirse a tantas personas incapaces de abandonarse ni un momento, aquellas que su propia seguridad les exige ser continuamente el centro de su mirada.

Una perspectiva más amplia de la propia existencia, la aceptación de las limitaciones humanas, un cierto grado de providencialismo y, en general, todas las actitudes que apunten a un mayor desarrollo de la virtud de la fortaleza, pueden mejorar la situación de los hombres en un ambiente social que, por invitarnos a amar demasiado la propia vida, nos roba la paz.

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