Un audaz patinazo y una enmienda oportunista

Barbón modifica inesperadamente su Ejecutivo, abre una crisis política con IU, la cierra aprovechándose del PP y anuncia una estructura que era la evidente desde el inicio de la legislatura: todo en apenas 39 horas

Adrián Barbón, esta semana, dando cuentas de los cambios del organigrama del Gobierno de Asturias. | Á. Á.

Adrián Barbón, esta semana, dando cuentas de los cambios del organigrama del Gobierno de Asturias. | Á. Á. / Vicente Montes

Vicente Montes

Vicente Montes

A Adrián Barbón, presidente del Principado, cabe reconocerle al menos dos habilidades: la de la agilidad para conectar cuestiones aparentemente inconexas y la de construir un relato de justificación sobrevenido por las circunstancias. Lo ha demostrado en numerosas ocasiones, siguiendo la máxima de hacer de la necesidad virtud. Esas capacidades valen para salir de los líos, pero también para meterse en ellos. El Presidente ha vuelto a tropezar por segunda vez en la estructura de su propio Ejecutivo, rehén de decisiones constreñidas por apriorismos inadecuados que terminan por llevar a soluciones incorrectas.

Historia de un patinazo. De manera indirecta, la protesta de los ganaderos terminó por sepultar un patinazo político que comenzó a gestarse el pasado fin de semana, que llevó a un anuncio inesperado la tarde del lunes que la noche del martes ya estaba caduco. El miércoles, Adrián Barbón anunció una nueva estructura del Gobierno que podría haber dibujado mucho antes evitándose complicaciones. Y sobre la mesa quedó una imagen de un PSOE que se esmera más en el cambio de sillas en el que todo el mundo vale para un roto o un descosido si es de los nuestros, sin pensar demasiado en que la elección de personas u organigramas en realidad debe responder al objetivo de solucionar problemas. Barbón solo puede reconfortarse en el hecho de que en este asunto el PP ha demostrado una torpeza equivalente.

Un giro inesperado. La operación fue gestada por el Presidente con muy pocas consultas. Era desconocida entre los suyos, prácticamente solo sabida por las protagonistas. Ahí se produjo algo inusual en Barbón, quien en otras decisiones organizativas sí ha dejado pistas de sondeos y búsqueda de opiniones, algunas incluso contradictorias para no revelar sus intenciones. En esta ocasión, el Presidente digirió él solo el intercambio de fichas y por ello fue también el dardo de la perplejidad.

Churras y merinas. El Presidente tenía sobre la mesa varios condicionantes que le llevaron a plantear una estructura de Gobierno que solo se sostuvo apenas 39 horas, básicamente al proponer la constitución de una inédita (e insólita) consejería de Cultura y Servicios Sociales; una amalgama como la que conformaría una asignatura de Antropología de la Física Cuántica. Cierto es que el papel todo lo soporta, como se ve en algunas áreas aún vigentes del Gobierno y que obedecen a razones estratégicas e internas antes que a argumentos de peso objetivos.

Un problema arrastrado desde el primer esquema del Gobierno. El problema de fondo ya venía de lejos. Barbón optó por constituir un gobierno con diez consejerías, según él por seguir la misma cifra con la que contaba el Ejecutivo de Pedro de Silva, referente inspirador del actual Presidente. También cabía el temor a que con 11 consejerías IU reclamase dos para sí, pero lo cierto es que eso nunca estuvo en la mente de la coalición. Ya ese argumento de la analogía con De Silva encerraba una falacia, porque no es el número de consejerías lo que determina la mayor o menor eficacia de un Ejecutivo. Lo cierto es que aquel diseño se forjó constreñido por esa autoimposición barboniana, que también pretendía evitar la crítica de que el gobierno compartido con IU aumentaba los altos cargos. Pero ese organigrama estaba además condicionado por la entrada del socio, que aspiraba inicialmente a dominar áreas que el PSOE no estaba dispuesto a darle. El espacio de acuerdo se ciñó a Ordenación del Territorio, un campo lo bastante genérico como para que IU tenga voz en asuntos diversos de calado pero que en sí no sostendría una consejería. Por eso hubo que añadirle áreas vinculadas anteriormente a Derechos Sociales para darle peso. Como el papel todo lo aguanta, IU también encontró justificación a eso afirmando que la ordenación del territorio generaba los derechos ciudadanos, retrotrayéndose a las polis griegas.

La solución estaba en el número 11. Decidida esa consejería, con las condiciones de paridad y la limitación de diez áreas, comenzaron las dificultades en el dibujo del Ejecutivo. En algunos bocetos, por ejemplo, era factible la salida de Melania Álvarez como consejera (ya había expresado internamente cansancio y desgaste por la gestión de un área endiablado por problemas burocráticos estructurales). La decisión de Barbón de establecer la dualidad entre Industria y Empresa (en el eje Nieves Roqueñí-Borja Sánchez) también limitó las opciones y el Presidente terminó descolgándose con la audacia de incorporar a la Presidencia el área de Cultura y Deportes como una viceconsejería. También entonces tuvo relato justificativo Barbón: era el momento de dar realce a la Cultura ante las políticas regresivas de los gobiernos de coalición con Vox en distintos territorios.

Las primeras disfunciones. Pero aquello pronto empezó a dar problemas. El primero, en la Junta General: una viceconsejería no puede tener comisión parlamentaria propia y una viceconsejera no puede ser interpelada en el plenario de la Cámara. Por eso la salida fue incorporar a la Vicepresidenta, Gimena Llamedo, la responsabilidad. Otros problemas vinieron después, relativos a cuestiones burocráticas domésticas que puso sobre la mesa un informe del Consejo Consultivo, que fue el que llevó a Barbón a decretar que las responsabilidades de contratación quedasen en manos de Gimena Llamedo ya que sería extraño que las acabase por asumir el propio Presidente. Ese decreto se publicó en el Boletín Oficial del Principado el 2 de febrero, apenas 24 horas antes de que Barbón iniciase los movimientos para su remodelación de Gobierno. El documento tenía fecha del 26 de enero, lo que evidencia hasta qué punto los planes de cambio del Presidente se fraguaron en pocos días.

El "pim-pam" de Barbón. Fue aquí cuando Barbón conectó dos asuntos. Primero, la vacante en el Senado que había dejado Enrique Fernández (nombrado presidente de Hunosa); segundo, el arrastrado problema de estructura. A ello se sumaba aquel cansancio expresado por Melania Álvarez en su momento. Para el puesto de senador por designación autonómica habían circulado algunas quinielas (entre ellas el nombre de quien será directora de Empleo, Judit Flórez, aunque las más lógicas eran las que apostaban por tirar de la cantera de la lista electoral del PSOE y que señalaban como opción a Fernando Lastra), pero Barbón las rompió todas al proponerle el salto a la que era consejera de Derechos Sociales y Bienestar. Melania Álvarez se lo pensó y dijo sí. Y entonces Barbón, en un "pim-pam" creyó resolver dos problemas de una tacada elevando a consejera a Vanessa Gutiérrez y, ya puestos, metiendo en el saco todo.

Pero la audacia solo causó desconcierto. Primero en las filas socialistas, a las que llegó por sorpresa la decisión, presentada en la reunión de la ejecutiva autonómica el pasado lunes; pero luego en Izquierda Unida, el socio de Gobierno que en innumerables ocasiones había expresado cuánto le incomodaban las decisiones del Ejecutivo que el PSOE tomaba de manera unilateral. Ovidio Zapico, consejero de Ordenación del Territorio y coordinador regional de IU, conoció los cambios minutos antes de que se anunciasen públicamente. Las chispas saltaron de inmediato: Izquierda Unida advirtió internamente que no comprendía el movimiento ni que este se hubiese llevado a sus espaldas. La coalición marcó distancia y avisó de que esa decisión abocaba al pacto de gobierno a una situación de desconfianza que, a la postre, llevaba a una ruptura operativa. La decisión tuvo mala acogida en el tercer sector, que veía diluido el área de Derechos Sociales bajo Cultura. Las críticas de la oposición fueron las esperadas, pero hete aquí que el PP terminó a la postre por colocarle a Barbón la excusa para salir de su propio entuerto. Álvaro Queipo, presidente de los populares, creyendo quizás que todo quedaba así sentenciado afirmó públicamente que el PP no habría criticado sí Barbón hubiese separado en dos consejerías Cultura y Derechos Sociales, pese a que incrementaría el número de consejeros.

Corregir dos veces. Barbón dio una muestra más de su habilidad para recibir los golpes según llegan y tratar de darles la vuelta como a un calcetín. A la vista de las críticas severas de IU y tras escuchar opiniones de dirigentes socialistas, Barbón decidió en unas 24 horas cambiar de criterio. Rompió la autoimposición de las diez consejerías y admitió una más, con lo que directamente elevaba a Vanessa Gutiérrez a consejera de Cultura y Deportes, y cubría con otra persona la vacante de Melania Álvarez. En esta ocasión el Presidente sí informó de la nueva decisión a Ovidio Zapico y ambos se emplazaron para representar la unidad del Gobierno entrando juntos en la Junta General a la mañana siguiente, el miércoles. Barbón utilizó la puesta en escena del diálogo con Queipo en la Cámara para anunciar que daba marcha atrás y crearía una nueva consejería de Cultura, empleando maquiavélicamente como excusa el argumento del PP y el hecho de que los populares hubieran expresado que no discutirían esa decisión. Con ello, pese a la sucesión de traspiés e improvisadas audacias, Barbón salvó el relato y dejó al PP sin capacidad de crítica.

Bandazos del PP. Vaya un inciso para señalar que los vaivenes también azotan a los populares, baste ver las modulaciones del discurso en el asunto de la reforma de las áreas sanitarias. Pero, además, en una semana en la que Queipo podía haber afianzado discurso sobre el desastre de la huelga de la ITV, la remodelación del Ejecutivo en dos tiempos terminó por llevarse el protagonismo y, para colmo, el propio PP terminó facilitándole la salida del embrollo al Presidente.

La lección no aprendida. Con todo, el gobierno no tiene resuelto el asunto. Falta encontrar quién liderará la consejería de Bienestar Social. Y una vez más, el Ejecutivo se ha puesto a sí mismo las limitaciones. “Mujer independiente, con conocimientos en materia social y de perfil progresista”, han sido las pistas expresadas por Barbón sobre la futura consejera. Además, con el compromiso de que su nombre sea acordado entre el PSOE e IU. Ante esa afirmación cabría podría suponer que el Presidente tenía a alguien en mente. Pues no. O si la hubo, no estaba lo bastante afianzada. En los mentideros se pensó en la diputada Celia Fernández, pero está afiliada al PSOE. Por promoción interna en la propia consejería sería la directora general Paula Álvarez la señalada por casi todos. Algún sondeo para el puesto llegó a hacerse a la actual directora del Servicio Público de Empleo, Begoña López, pero resultó infructuoso. Entretanto aterrizan en la mesa de Barbón currículos de personas vinculadas al ámbito de los Servicios Sociales e incluso que desempeñan su labor en otras comunidades autónomas. Pero una vez más, la autoimposición de un criterio antes de evaluar si eso permite dar con la solución más adecuada vuelve a constreñir al Gobierno.

¿Quién asesoró al Presidente? Es la pregunta que queda en el aire. La Ejecutiva de la FSA se encontró con la decisión tomada, el propio Gobierno la recibió con los ojos como platos y en IU no salían de su asombro. Probablemente Barbón asegure que todo estaba calculado.

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