Opinión | Más allá del Negrón

Tiempos crédulos

El peligro de usar a la ligera expresiones como dictadura, golpe de Estado o guerra civil

Homenaje a Aléksei Navalny.

Homenaje a Aléksei Navalny. / CLEMENS BILAN

Dice Martín Caparrós estar "muy impresionado" con la credulidad que se ha apoderado del mundo. Ofrece dos ejemplos. Uno en su país, donde millones de personas no consideran que un político discuta su programa electoral con su perro impida ser un buen gobernante. De hecho, un arrollador 56 por ciento de los votantes lo han elegido presidente. Al escritor y periodista argentino le parece, cuanto menos, "raro", igual que le resulta raro que en su otro país, España, miles de personas consideren que estamos a punto de convertirnos en una dictadura. Caparrós se refiere a aquellos apocalípticos que se lanzaron a la calle Ferraz a intentar parar el advenimiento de un nuevo régimen, la partición del país, el establecimiento de una dictadura comunista.

A esa presunta amenaza, contra la que luchan en su mayoría los votantes de Vox, yo añadiría esa otra que ven los votantes de izquierda, también conocido como bloque de progreso, de que está a punto de establecerse en nuestro territorio una dictadura filo nazi, fascista, equivalente a las impuestas por Hitler o Mussolini. Basta ver la irrelevancia de la formación de Abascal el domingo en un territorio tan importante como Galicia como para que considerarla una amenaza para la democracia –suponiendo que lo sea– no constituya más que una entelequia.

Coincido con Caparrós en que pensar en un golpe de Estados o en un cambio de régimen resulta "algo totalmente inverosímil", en que "no hay ningún interés" ni "se dan las condiciones". Y que vivimos en un mundo especialmente propenso a creer en quimeras. Miren si no a los norteamericanos, dispuestos a volver a creer las archidesmontadas falsedades de un político que está haciendo su campaña desde el banquillo de los acusados, imputado por delitos que van de violar la ley antiespionaje al abuso sexual, pasando por un intento de revertir el resultado electoral por medio del asalto al Capitolio.

El asesinato en Rusia del disidente Aléksei Navalny nos ha puesto ante los ojos un buen ejemplo de lo que de verdad es una dictadura

Hago mía la frase de Borges que Caparrós dice tener en su cabecera. Reza así: "Le tocaron, como a todos los hombres, tiempos difíciles en que vivir". El autor de "El mundo entonces. Una historia del presente" admite que "a todos nos tocan tiempos difíciles y en todos los tiempos hay situaciones que se sienten como retrocesos, como peligros, como preocupaciones". Pero insiste en que, vistas en perspectiva histórica, las cosas han ido mejorando siempre y se pregunta ¿por qué van a dejar de hacerlo ahora?

A los catastrofistas que ven España –o Estados Unidos– al borde de un golpe de Estado, que creen vivir en un país próximo a la dictadura habría que recomendarles que abrieran un poco el arco de la visión. El asesinato en Rusia del disidente Aléksei Navalny nos ha puesto ante los ojos un buen ejemplo de lo que de verdad es una dictadura. Un lugar donde no es que se insulte a la oposición, es que directamente no se admite su existencia, se la extermina.

Es muy fácil encontrar documentales por las diferentes plataformas televisivas sobre el caso Navalny. Documentales que no dejan nada a la imaginación, ni a la credulidad de los espectadores. Documentales que nos muestran escenas inverosímiles, pero reales, de un presidente Putin diciendo a la cámara, a propósito del primer intento de envenenamiento de Navalny: "Si hubiéramos sido nosotros, no estaría vivo". Esta vez está muerto, lo que demuestra que han debido de ser ellos.

Vivimos una preocupante tendencia a la hipérbole, a usar términos ampulosos para minucias: Guerra civil, golpe de Estado, genocidio. El abuso de esas palabras sólo puede contribuir a distorsionar la realidad, a exacerbar el malestar, a engordar la polarización. Cuando el peligro sea verdadero, esas palabras habrán sido vaciadas de su verdadero significado, no significarán nada y nadie se creerá que viene el lobo.

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