Opinión

Traducir el mundo

Reflexión a partir de un encuentro de Hisham Matar

"Nadie puede saber con certeza lo que alberga el corazón de un ser humano, menos aún el nuestro o el de quienes conocemos bien, tal vez sobre todo el de quienes mejor conocemos, pero, al detenerme aquí, en la primera planta de la estación de King’s Cross, desde donde puedo observar a mi viejo amigo Husam Zowa mientras cruz el vestíbulo, siento que estoy viendo en su interior, percibiéndolo con más claridad que nunca, como si todo este tiempo, a lo largo de las dos décadas que hace que nos conocemos, nuestra amistad hubiera sido un esbozo y sólo ahora, paradójicamente, justo cuando acabamos de despedirnos, su retrato empezara por fin a cobrar nitidez".

Así, con esta frase que deja sin resuello y sobre todo sin palabras, comienza la novela "Los amigos de mi vida" (Salamandra), de Hisham Matar. Un arranque embriagador, emocionante, que este autor de origen libio, nacido en Nueva York en 1970 y que ha pasado en Inglaterra la mayor parte de su vida adulta, concibió nueve años antes de escribir ese libro lleno de belleza y de amor hacia la literatura. Lo dijo hace unos días en la presentación de la obra en Madrid, donde estuvo acompañado por el también escritor Juan Gabriel Vásquez, con el que mantiene desde hace tiempo una estrecha amistad.

Llegué cuando el acto, que llenó el aforo de la Librería Alberti, acababa de comenzar. Busqué un hueco en el que acomodarme, al lado de Fernando Trueba, y me puse a escuchar a Matar, que decidió empezar la velada leyendo, precisamente, la frase que da inicio a la novela. Me sentí una privilegiada. Por el momento. Por lo que estaba oyendo. Cerré los ojos y me dejé llevar, guiar, por la cadencia de una voz que nunca había escuchado, aunque la conocía, porque la había leído.

Fue una sensación envolvente que me hizo creer, una vez más, en el enorme poder de la literatura, en su capacidad para emocionar y hacernos sentir. Luego, durante la conversación, que se prolongó más de una hora, pues ninguno de los allí presentes teníamos prisa por volver a las vidas que habíamos dejado suspendidas para experimentar el gozo de la ficción, Matar se definió como "un coleccionista despiadado que busca detalles para incluir en un libro". Exacto. Eso es un escritor.

Es lo que somos. Además de traductores. Sí, como también dijo el autor de "Los amigos de mi vida", "la ficción logra que sepamos lo que pasa en el corazón del otro, es la única ventana al corazón de los demás". De ahí el valor de nuestras palabras y la responsabilidad que nos confieren. Porque, pese a que el lenguaje es un invento fascinante, increíble, la distancia entre lo que sentimos y cómo lo expresamos a veces es insalvable. Tanto en los libros como en la vida.

Lo pensaba mientras escuchaba a Matar, que a su vez contaba aquella tarde con una excepcional traductora, encargada de sintetizar frases como que "el lenguaje es un fracaso, un noble fracaso que nos hace a todos co-conspiradores". Y reflexionaba, igualmente, sobre ese fracaso al que todos estamos condenados, incluso cuando hablamos la misma lengua.

Dice Roland Barthes que "se fracasa siempre en hablar de lo que se ama", y yo, que en la novela que estoy escribiendo estoy tratando de traducir lo que siento que los demás sienten para poder saber lo que yo siento, temo acabar malogrando una ocasión única. Me da miedo, y sin embargo cada día ansío asomarme a esa ventana al corazón de los otros que unas veces sólo se entreabre y otras no hay manera de cerrar.

Lo explica Virginia Woolf en este pasaje de "Al faro": "Porque ahora ya no necesitaba pensar en nadie. Podía ser ella misma y estar sola. Y eso era lo que, con frecuencia ya, sentía que necesitaba: tiempo para pensar; en realidad, ni siquiera para pensar: más bien para estar callada, para estar sola. Todo el existir y el hacer, y lo que había en ello de expansivo, de brillante, de ruidoso, se evaporaba; y había que limitarse, con un sentimiento de solemnidad, a ser uno mismo, un núcleo de oscuridad con forma de cuña, algo invisible a los demás". Eso hace la literatura: vuelve visible lo invisible, traduce la realidad.

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