Opinión

La compra y venta de experiencias

La necesidad de un chute de adrenalina para salir de la rutina

La sociedad de consumo ha convertido en un verdadero comercio de éxito la propuesta de vender experiencias de lo más variado para salir de la rutina. Muchas personas, necesitadas de un chute de adrenalina para tener la ilusión de que su vida es apasionante, pueden encontrar posibilidades variopintas de darle trabajo a las glándulas suprarrenales con una variada oferta de actividades de riesgo y tener así la sensación, por un momento más o menos largo, de que están viviendo "a tope", mientras se tiran por un barranco, se arrojan por un puente, bucean con tiburones, saltan en paracaídas o cualquier otra propuesta, pues la lista es larga y hay para todos los gustos y bolsillos.

No está mal tener la oportunidad de vivir algo inusual y que no forma parte de lo cotidiano, pero en la mayor parte de los casos, es un hecho aislado que no aporta nada especial, más allá del puro goce personal y efímero. El inconveniente está en no ser conscientes de que alimentar la necesidad de vivir estos momentos de manera habitual, nos aleja de algo fundamental: tener un propósito y un objetivo de vida, lo suficientemente estimulante como para no necesitar estas experiencias y esto, por supuesto, no es interesante para una sociedad de consumo que se aprovecha de las vidas vacías de contenido.

Para ganar a los posibles usuarios de este tipo de experiencias, se usan eslóganes tales como: "Ofrecemos experiencias inolvidables", "Haz espeleología para sentirte como Indiana Jones", "Vive emociones a flor de piel", "Experimenta sensaciones fuertes", "Tírate por un barranco para salir de la rutina del día a día", etc. Los mensajes tratan de captar la atención haciendo hincapié en la monotonía de la vida, en la necesidad de vivir emociones fuertes o de sentirte por un momento como alguien que no eres. La cuestión es hacer algo que te diferencie de la mayoría y te proporcione la ocasión para unos cuantos selfies que puedas colgar en tus redes sociales; así todos podrán ver en qué lugar maravilloso te encuentras o lo que eres capaz de hacer, sin olvidar que, cuando estás en la experiencia, tienes una sensación de poderío que, por un momento, te aleja de todo tipo de miedo o inseguridad –lo que tiene también su riesgo–, a la vez que experimentas un vigor en el cuerpo que te hace creer que eres inmune a cualquier inconveniente de la vida, vamos, que te crees por encima de todo y de todos.

Algunas personas se pierden en este laberinto engañoso y se convierten en consumidores asiduos de experiencias, al punto de convertirlo en una necesidad. Los que eligen actividades de riesgo –que no tiene que ver con practicar alguna de ellas de manera habitual– cuentan en sus redes sociales el rosario de batallitas que han librado, mostrando el valor o la arrogancia de desafiar algún que otro riesgo, llegando, en algunos casos, al extremo de casi jugarse la vida; claro está que, si no hay un sentido para ella, también se entiende que se ponga en riesgo.

Los que viajan a lugares de ensueño relatan con todo lujo de detalles, a conocidos y amigos, lo que han vivido, evidenciando de este modo su situación privilegiada, derivada de su posibilidad económica y su estatus; de este modo, se sienten reforzados en su delirio de ser diferentes y estar por encima de quienes no tienen acceso a esas experiencias tan exclusivas.

Hoy parece que poseer experiencias variopintas aporta un cierto éxito social y añade un falso valor a la persona, y quien está en esta dinámica puede experimentar una mayor seguridad en sí mismo y la satisfacción de sentirse admirado por el grupo al que pertenece. Además, la adrenalina que conllevan algunas prácticas y actividades de riesgo se convierte en una droga que, por un instante, altera la perspectiva de la realidad cotidiana y provoca una falsa sensación de poder sobre uno mismo y sobre el entorno.

El asunto es que, cuando convertimos en una necesidad vivir situaciones excitantes de manera habitual, hay algo que no va bien. Acumular experiencias puede ser un anestésico para no tomar conciencia del vacío interior en el que transcurre la vida de cada día; es lo mismo que acumular dinero o cosas materiales diversas sin darle un sentido o una finalidad. Y por supuesto, detrás están los que se frotan las manos haciendo este tipo de negocios.

Las experiencias sirven de poco si no nos transforman y nos convierten en mejores personas. Hoy en día, hay muchas personas perdidas en el proceloso mar de la búsqueda de experiencias y, seguramente, algunas pueden cambiar su vida, pero esas no las oferta nadie y cada uno ha de buscarla por sí mismo en el devenir de su existencia.

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