Opinión | Futuro Europa

Quitando ruido a la inteligencia artificial europea

La mayor revolución tecnológica de la historia de la humanidad

Quitando ruido a la inteligencia artificial europea

Quitando ruido a la inteligencia artificial europea

La conversación sobre la inteligencia artificial (IA) es omnipresente en nuestras vidas. Y es normal: aunque la IA como concepto –la capacidad de un instrumento para llevar a cabo tareas que requieren inteligencia humana– echó a andar hace más de 70 años, es ahora cuando somos conscientes de estar viviendo probablemente la mayor revolución tecnológica de la historia de la humanidad. Las voces más expertas indican que su impacto es cuatro veces más profundo que el de la Revolución Industrial.

Hagamos hoy el ejercicio de distinguir entre el ruido que acompaña a la IA –el apocalipsis– y la realidad de sus oportunidades.

Siendo conscientes de que EE UU y China nos llevan la delantera en innovación, en la UE llevamos cuatro años en la tarea de tratar que la IA no se use mal, de prevenir y controlar sus perjuicios. Esta ola tecnológica, con grandes oportunidades (investigación, salud, enseñanza) y grandes amenazas (manipulación, desinformación, hipercontrol), necesita surfearse con normas que garanticen transparencia, ética e imparcialidad, siempre bajo control humano. Y una cosa está clara, Europa ha asumido este liderazgo desarrollando el primer ordenamiento regulatorio global: la Ley Europea de Inteligencia Artificial.

Con esta legislación garantizamos que los sistemas de IA utilizados en territorio europeo sean seguros. Incluimos aquí la IA generativa, capaz de crear ideas y contenidos nuevos (discursos, respuestas a preguntas, diseño de imágenes...) gracias a un entrenamiento previo con grandes cantidades de datos. Sepa, querido lector, que mientras que aplicaciones como Instagram tardaron unos dos años en alcanzar los cien millones de usuarios, ChatGPT, una de las herramientas de IA generativa más conocidas, solo necesitó 60 días. Y aunque buena parte de su uso se haga con la intención de optimizar los procesos empresariales, acelerar la investigación y/o aumentar la productividad, no debemos olvidarnos de sus riesgos sistémicos. De ahí que la nueva regulación obligue a este tipo de inteligencia a cumplir con unas salvaguardas más estrictas. Por ejemplo, obligaciones de transparencia (especificar si un texto o fotografía se ha generado a través de IA) y derechos de autor.

Afortunadamente, esta vez no nos hemos dormido en los laureles. Ya perdimos en Europa hace una década el tren de los datos personales; no podíamos repetir la jugada. Por eso, sabiendo que en el corazón de esta tecnología están los datos, la Ley de Gobernanza de Datos y la Ley de Datos van a derribar las barreras que impiden compartirlos y utilizarlos, garantizando de forma segura y controlada que ciudadanos y empresas puedan beneficiarse de espacios comunes de datos en sectores como la sanidad y el transporte.

Tampoco nos hemos olvidado de la ciberseguridad: hemos revisado por completo el marco para dotarnos de cortafuegos ciberespaciales que nos protejan de aquellos ataques que tratan de desestabilizar nuestra economía y nuestra democracia.

Aprobado el reglamento sobre IA, ahora habrá que desarrollar la legislación sectorial, teniendo muy presente que no debemos sobrerregular y evitando los solapamientos.

Sí, el esfuerzo regulatorio es muy importante. Pero Europa no puede quedarse ahí, no puede renunciar a la innovación. Tenemos que invertir considerablemente en desarrollo industrial e infraestructuras digitales. Invertir en superordenadores y en tecnología de visualización, abordar la escasez de semiconductores y reducir la dependencia de proveedores externos, desarrollar una conectividad rápida y segura dentro de Europa y con todo el mundo y crear un mercado único de las telecomunicaciones. La UE tiene que ser una potencia digital. No lo es. Solo diez de las 100 principales empresas tecnológicas son europeas.

Eso nos lleva inevitablemente a otro capítulo primordial: invertir en educación y formación. La revolución tecnológica, como todas las revoluciones, afecta al empleo y la productividad. Destruye y crea puestos de trabajo, y no lo hace ordenadamente. Con mayor o menor repercusión en los distintos sectores, los empleos van a verse sacudidos por la IA. Por eso, necesitamos una masiva reconversión europea de profesionales; una transformación colectiva en las cualificaciones. Hay mucho por hacer, estamos lejos del objetivo que nos hemos fijado: en 2030, al menos el 80% de los adultos deben tener competencias digitales básicas. Y necesitaremos 20 millones de especialistas. Mientras tanto, la solución está siendo contratar talento de terceros países.

Nos ha tocado vivir una época excepcional de cambio. Vivámosla sin miedo. Conscientes de lo que estamos haciendo y nos queda por hacer en Europa. Conscientes de que este siglo será recordado en la historia de la humanidad como la era en la que despegó la revolución digital. Y nosotros estábamos allí.

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