Opinión

El día que una sapiens puso un neandertal en su vida (o al revés)

Lo que aprendimos del "honoris causa" Svante Päävo

Que estos días haya paseado por Asturias el prestigioso genetista Svante Pääbo, premios Nobel y Príncipe de Asturias y recién honoris causa por la Universidad de Oviedo, nos recuerda que los humanos actuales somos en parte neandertales, unos tipos que se extinguieron hace 40.000 años pero que, por arte de birlibirloque, acompañan aún hoy nuestros más íntimos pensamientos. Según la genética, algunos cargamos con un 2,5 por ciento de esa especie en los adentros, tanto en el cuarto oscuro como en la nómina de talentos. En un momento indeterminado de la prehistoria y presumiblemente en Oriente Próximo, un neandertal y una sapiens –o al revés– hicieron migas –o no–, intercambiaron fluidos y genes y esos hombres rudos de baja estatura, complexión robusta y nariz ancha de aletas prominentes emparentó por vía sexual con una sílfide llegada de África con su familia, miembros de una especie aventurera que se echó a la mar sin saber qué habría al otro lado. Los sapiens tenían cerebro, pero no debían estar bien de la cabeza, cuando decidieron acometer semejante proeza. Gracias a su hemisferio cerebral fueron capaces de colonizar el otro hemisferio.

Por los estudios genéticos sabemos que por una mutación heredada de los neandertales, algunos congéneres nuestros corren menor riesgo de padecer esquizofrenia. O sea, que nuestra cordura procede en parte de un peludo cachas en taparrabos. Y que una de las mayores diferencias entre ambas especies se encontraba en el tamaño de los testículos y del cerebro. Lo cual explicaría que haya especímenes como Nacho Vidal ungidos para los anales de la historia a cuenta de los vaivenes sexuales de la prehistoria.

Defiende Pääbo que los seres humanos conformamos una suerte de simios autodomesticados que fuimos refrenando nuestros arranques más violentos. Pero no todos: lo estamos comprobando estos días con los bombardeos sobre Gaza y los ataques con drones a uno a otro lado de las trincheras. Hazañas bélicas que demuestran que el hombre desciende del mono y sigue descendiendo.

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