Opinión

Carta a Pedro Sánchez

Una petición al presidente del Gobierno para que se despida, «de una vez por todas, de esta ciudadanía a la que ha fracturado, dividido y enfrentado»

Muy señor mío:

Le escribo esta carta porque creo que es un gesto de educación dar respuesta a las misivas que uno recibe y, como "ciudadanía", me siento destinatario de la suya. Y empiezo por el final: le aseguro que no tengo ningún interés en conocer el resultado de su reflexión, salvo que sea para anunciar que se va para siempre de la política española, cosa que estoy seguro sólo ocurriría en el caso de que toda esta pantomima sea para ocultar cosas mucho más graves de las que conocemos sobre su gestión o la de las personas de su entorno (y, en este punto, se me ocurre que echarle un pulso a Israel igual fue un exceso hasta para un estratega temerario como usted).

Tengo claro que, si se va, es porque ni usted mismo podría sobreponerse a lo que está por llegar. Cualquier otra decisión (volver en olor de multitudes, una moción de confianza para poner firmes a sus díscolos socios o –mi preferida– dimitir, dejar a un/a testaferro/a que convoque elecciones en julio para que pueda volver por aclamación) demostraría que sólo estamos ante otro ejemplo de trilerismo político de un hombre que cree firmemente que el fin personal –su estancia en el poder– justifica cualquier medio.

Como hijo de la Transición –tenía 15 años cuando murió Franco, al que, por cierto, como a usted, también le gustaban las adhesiones inquebrantables–, le confieso que todo lo que usted ha hecho y representa en política me desagrada profundamente porque ha vuelto a resucitar las dos Españas. Y lo ha hecho sólo para beneficiarse usted, sin pensar en el bien de este país y de la convivencia de esta ciudadanía a la que ahora se dirige.

No descubro nada si digo que es usted un Maquiavelo sin parangón, con una capacidad inigualable para demostrar que, como aquél mantenía, la política no tiene relación con la moral y que el que engaña encontrará siempre quien se deja engañar. Y su técnica para encontrar a quienes se dejan engañar es asombrosa. En este sentido, su carta es todo un tratado de manipulación de masas. Resulta que es usted el que se siente atacado por la derecha y la ultraderecha, pero, sibilinamente, lo convierte (…"los ataques que sufro no son a mi persona sino a lo que represento: (…) política progresista, respaldada (…) por millones de españoles") en una ofensa a quienes le han votado y apoyado. Y todo el recuerdo que realiza de sus logros políticos es para convertirlos en un éxito de su secta ("pugna que ganamos", "tampoco pudieron quebrarnos", "el pueblo español votó (2023) mayoritariamente por el avance"…) para reclamar su adhesión inquebrantable.

Resultaría cómico, si no fuera tan grave para la convivencia, que usted se queje de estrategias de acoso y derribo cuando ha sido el que las inventó desde que irrumpió en la política española; que hable de "sobreactuación" de Feijóo y Abascal, cuando usted es el rey de ese teatro; que se atreva a hablar de "palmarios escándalos de corrupción" de derechistas y ultraderechistas, cuando su partido tiene a la espalda el caso ERE de Andalucía y ahora el caso Koldo; que se refiera "al insulto y la desinformación" de sus adversarios cuando es usted y sus adláteres quienes han traído esos elementos a la política española como se puede comprobar diariamente en el Congreso de los Diputados; que se queje de la acusaciones contra su familia cuando ustedes las hicieron antes a la familia de sus adversarios.

Y, como era lógico, lo digo con afán simplemente descriptivo y no para faltarle al respeto, en su carta se expresa nítida y ampliamente el cínico que lleva dentro: "responderé siempre desde la razón, la verdad y la educación" –cuando usted es el magnate de la posverdad y de la mentira (bueno, cambios de opinión permanentemente revisables)–; "… hemos ido desmintiendo las falsedades vertidas…" –¿dónde?, porque ningún miembro de la ciudadanía a la que se dirige le hemos escuchado a usted o a Begoña explicar nada sobre las acusaciones que pesan sobre ella–; "el sr. Feijóo y el sr. Abascal han puesto en marcha la máquina del fango" –cuando usted tiene la patente política de ese artilugio–; "una opción política basada (…) en la regeneración democrática" –cuando usted representa todo lo contrario, con un ataque permanente a la separación de poderes, a los jueces y a las voces críticas–.

Yo le pediría que en este estado de reflexión en el que se ha aislado se conteste sinceramente a una pregunta: ¿qué harían usted, sus sindicatos, sus socios y su secta si Koldo fuera del PP y Begoña fuera la mujer de Feijóo?... Si quiere le ayudo a sincerarse consigo mismo: la derecha y la ultraderecha a las que denosta serían unas hermanitas de la caridad a su lado.

Usted lo que quiere es ser el nuevo "caudillo" de este país. No quiere que nadie ose criticarle, no quiere dar explicaciones a nadie y aspira a que todos los españoles le idolatren. Y de ahí su constante apelación a una supuesta derecha cavernaria que es un demonio destructivo. Es su permanente reivindicación del "o yo, o el caos", que es el principio fundamental de toda dictadura, porque eso supone que sólo usted puede gobernarnos. Y eso es rotundamente falso. Aquí han gobernado Suárez, Aznar y Rajoy y, con muchos errores y, también, aciertos, estuvieron y se fueron sin que el país se hundiera ni menguara la calidad democrática y la convivencia de la que disfrutamos, más bien al contrario. Y la verdad yo he estado recientemente en Andalucía, en Galicia, en Valladolid o en León y he podido comprobar que no son Mordor y que se vive bien, democráticamente y sin tensiones sociales provocadas por decisiones políticas descontroladas y radicales. Es más, diría que se gobierna con más seriedad, serenidad y cordura de la que usted hace gala como Presidente de medio país, dado que al otro medio lo vilipendia a diario.

Concluyo señor presidente reiterándole mi deseo de que tome, por una vez, la mejor decisión para España. Es decir, que se despida de verdad, de una vez por todas, de esta ciudadanía a la que ha fracturado, dividido y enfrentado. Aunque estoy seguro de que no nos va a permitir disfrutar del epitafio final con el que el gran Gabo despidió al dictador de su "otoño del patriarca", haciendo repicar "las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado".

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