Opinión | Editorial

Un gran paso para la siderurgia, a la espera de más

Sin hornos altos de carbón ni DRI con hidrógeno, el sector del acero asturiano quedaría convertido en algo distinto y condenado a una pérdida importante de puestos de trabajo

Un gran paso para la siderurgia, a la espera de más

Un gran paso para la siderurgia, a la espera de más

Lo que el jueves se escenificó en Gijón, en el aldabonazo para el nuevo horno eléctrico de Arcelor, fue bastante más que un acto protocolario. La empresa simboliza con el inicio de estas obras, y el anuncio de la electrificación también de la factoría de Avilés, su apuesta por producir aquí de manera limpia. La región despeja parte de las incertidumbres por mantener un pilar esencial de su entramado industrial. La dicha no será completa hasta concretar otros compromisos en la misma dirección, como la construcción de la planta DRI que preservaría el carácter integral en el proceso del acero asturiano. 

Hace 58 años comenzaba en Gijón el primer gran intento modernizador de las siderúrgicas históricas asturianas en crisis del que nacerían las actuales instalaciones de Veriña. Tres aristócratas de abolengo, el marqués de Bolarque, Luis de Urquijo y Landecho, por Duro Felguera; el conde de Mieres, Manuel Loring Guilhou, por Fábrica de Mieres, y el conde de Santa Bárbara de Lugones, José Tartiere de las Alas Pumariño, por SIA-Moreda, que ya compartían un tren de laminación, el popularmente conocido como «tren de las tres», decidían crear una nueva acería, Uninsa. Poco después acabaría en manos de la empresa pública Ensidesa, pero esa es ya otra historia.

Caprichos del destino, otra vez en Gijón, el sector del acero asturiano da un gran paso para adaptarse al futuro. Cabe entender la obra comenzada esta semana como una muestra de confianza en las factorías asturianas, en un momento en el que fabricar sin contaminar otorga un plus competitivo. Los productos sin huella de carbono cuentan con una creciente demanda entre los clientes. Además, no existe alternativa: las normas ambientales de la UE obligan a ello.

Para que este primer movimiento hacia el acero verde asturiano suponga un salto definitivo queda por encajar todavía en el engranaje una pieza: la planta de reducción directa del mineral de hierro (DRI). Arcelor vuelve a postergarla en su estrategia, colocando por delante como objetivo prioritario la electrificación en un plazo sin determinar de la acería avilesina. Una decisión ambivalente: positiva, en tanto en cuanto redobla el esfuerzo por actualizar las instalaciones; vacilante, al dejar en el aire un elemento clave en la descarbonización. La siderurgia asturiana es integral porque cierra el proceso completo de elaboración, desde el arrabio –que logra fundiendo en los hornos altos carbón y mineral de hierro– a los talleres de acabado. Una planta DRI emplea hidrógeno en vez de carbón para obtener prerreducidos de hierro. Mezclados con la chatarra, proporcionarían el equivalente al arrabio.

Con los hornos altos condenados al cierre por sus emisiones y sin DRI, la siderurgia asturiana quedaría convertida en algo distinto y condenada a una pérdida importante de puestos de trabajo. A los sobrevenidos por el efecto de la modernización –el horno gijonés, por ejemplo, funcionará casi sin personal al contar con los robots más avanzados del mundo– habría que añadir los derivados de perder las cabeceras para abastecer la materia prima. El sector superó en el pasado situaciones muy delicadas. Estuvo más de una vez en la UCI. Con la reconversión el corazón le volvió a latir. La acería LD-III de Avilés, inaugurada en 1989, lo revivió. La privatización apuntaló el resurgimiento.

El negocio siempre está en transformación. Conseguir resultados óptimos requiere inversiones fuertes y alcanzar una calidad excelente con gastos reducidos porque la globalización no perdona. La multinacional no acaba de ver clara en Europa la opción del hidrógeno. Su suministro a precios razonables no está garantizado. En EE UU, sí. Tampoco cuenta, en particular en España, con una tarifa eléctrica barata que compense el exponencial aumento del consumo que afronta. Y, en fin, en otros países sin restricciones continuará produciendo sin penalización por expulsar CO2.

A los gobiernos central y autonómico les cuesta entender la renuencia de los Mittal, con la ayuda de 450 millones que ellos mismos solicitaron para el proyecto ya garantizada: la partida de mayor cuantía de los fondos de recuperación. A ambas partes no les queda otra que trabajar con inteligencia, sin regates ni amenazas, para allanar obstáculos y encontrar el punto de equilibrio que prepare a las factorías asturianas para resistir otro medio siglo. Por lo menos. Todos plantean buenas razones, ¿nadie va a ser capaz de articularlas?