Opinión | Un millón

La reina destaconada

La Reina Letizia se ha apeado de los tacones por razones de salud, consecuencia de su uso intensivo. Las cajas de zapatos de tacón deberían llevar una advertencia de que son perjudiciales para la salud, como las cajetillas de tabaco. Los médicos le han quitado a ella el tacón como a otros el tabaco, el alcohol, el queso...

Se entiende que la Reina de España sintiera la presión taconaria (la palabra no existe, es mi regalo a la rimbombante lengua de la moda). A los reyes se les pide estatura para estar a la altura de la representación desde el Antiguo Egipto, donde el faraón era el más alto de la pirámide social y funeraria y les sacaba la cabeza a todos en las pinturas. El humor gráfico contraatacó con "el Pequeño Rey", de Otto Soglow, o el rey enano de "El Mago de Id", de Johnny Hart.

Por esbelta que sea, Letizia convivió con el peso simbólico de la monarquía y con el tamaño de los Borbones. También aceptó la genérica identificación de la incomodidad con la excelencia y con el abandono de la zona de confort. El tacón calzó la "ejemplaridad" de la institución y fue ejemplo para las mujeres que copian a reinas de un país, del pop o del cine. Muchas mujeres sufren una filia zapatera que tuvo una cara ridícula en Imelda Marcos, la dictadora consorte de Filipinas que dejó más de mil pares de zapatos en el Palacio de Malacañán, y una cara frívola en Carrie Bradshaw, protagonista de "Sexo en Nueva York", encaramada en "Manolos" durante 94 episodios. Destacar o destaconar, he aquí el dilema.

Letizia calza ahora un zapato llamado "Barefoot" (descalzo), pensado con la cabeza para los pies, no contra ellos, como hace el tacón, ese maltratador de mujeres en Occidente. Este calzado pisaplanista dice recrear la sensación de ir descalzo, algo que en el uso moralmente banal del lenguaje de la moda se define como "respetuoso". Al calzado hay que pedirle más que respeto; hay que pedirle monárquica sumisión: que esté a nuestros pies.

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