Mágicas Montañas

La Foz de Moñacos, para abrir el paisaje

El justamente famoso accidente geológico, en un territorio que comparten Piloña y Caso, franquea la puerta al disfrute de una riqueza paisajística impresionante

Cascada junto al puente del Mercadín.

Cascada junto al puente del Mercadín.

Melchor Fernández

Melchor Fernández

Por tercer año consecutivo el suplemento de verano de LA NUEVA ESPAÑA incluye en sus páginas una serie de periodicidad semanal dedicada a la que para no pocos es una de las grandes riquezas asturianas, como es su montaña, que excede de los valores puramente materiales para convertirse en el Alma Mater de Asturias, en palabras de Valentín Andrés Álvarez. Se trata de relatos basados en experiencias personales, que, lejos de pretender alardear de hazañas deportivas, intentan transmitir datos y sensaciones que informen y entretengan al lector y, si llega el caso, le animen a disfrutar sobre el terreno de emociones similares. Apenas hace falta hace añadir unos consejos, como que al monte no conviene ir solo y que lo ideal es que en el grupo haya alguien con experiencia sobre el intento a realizar, ya sea una ruta o una ascensión. Y, si este intento es difícil o complicado no es ningún desdoro, sino todo lo contrario, contratar los servicios de un guía, que en Asturias los hay extraordinarios.

Cuando José Benito Álvarez-Buylla quiso resumir en unos pocos nombres los hitos mayores de la montaña asturiana incluyó entre ellos el de la Foz de Moñacos. Así figura en el poema "Letra de la Xuventú d´Asturies", que Manolo Avello tuvo el gran acierto de incluir en el hermoso artículo que publicó en LA NUEVA ESPAÑA con motivo del fallecimiento, en febrero de 1991, de quien fue, entre muchas otras cosas admirables, espléndido profesor universitario, gran montañero y asturiano ejemplar. Al tiempo que aprendía el poema, la Foz de Moñacos, que me sonaba de siempre, pasó a convertirse para mí en una asignatura pendiente. En septiembre de 2019 tuve la ocasión de examinarme de ella. La colaboración de Jesús Pérez y y Marisa Sanz fue decisiva para que pudiera aprobarla.

Desde la Pesanca

Palentinos de origen y madrileños de residencia y, desde hace mucho tiempo, asturianos estacionales, Jesús y Marisa son para mi familia vecinos temporales y amigos para todo el año. Conocen muy bien Asturias, porque se aplican a ello con método y sistema y les encanta el monte, al que les acompaño a menudo. Normalmente me apunto a sus iniciativas, pero cuando aquella vez hablaron de hacer algo desde la Pesanca, fui yo quien sugirió ir a la Foz de Moñacos. No necesitamos madrugar aquella mañana. Desde Celorio viajamos hasta Llovio para pasar allí a la antigua carretera nacional hasta Infiesto, donde tomaríamos la comarcal que, pasando por Espinareu, famoso por sus numerosos hórreos, y Riofabar, otra hermosa aldea, acabaríamos llegando a La Pesanca, a 405 metros de altura. Como su denominación de "área recreativa" indica, puede ser lugar de destino, si se elige para comer a o descansar a la sombra de los grandes árboles que acogen a los visitantes, o, como era nuestro caso, lugar de partida para excursiones a pie. Un cartel ofrece allí una información detallada para la ascensión al pico Vízcares, que con sus 1.419 de altura es el techo de Piloña y es considerado de dificultad alta. La ida requiere no menos de seis horas. Nosotros teníamos pensado emplear mucho menos en nuestro objetivo, que solo precisaba de una caminata para alcanzarlo.

La Foz de Moñacos vista desde el Norte.

La Foz de Moñacos vista desde el Norte.

Junto al río del Infierno

Comenzamos a caminar a las 10,55 por una pista sin asfaltar que en su día construyó el ICONA, al lado de un río sobre el que va ganando altura a medida que se avanza, aunque nunca dejaremos de oír su murmullo, cuando no su fragor. Pronto pasaremos al lado de un caserío moderno y bien cuidado. Es El Muñizón. El valle se ensancha algo y deja ver en lo alto de sus pendientes laderas agrestes afloraciones de peña caliza. Poco más arriba nos encontraremos con un tramo de camino hormigonado que, hacia la izquierda, atraviesa el río sin necesidad de puente. Esa ruta conduce a Degoes y a la majada de Lebrada, que son la antesala del Vízcares. Nosotros no cruzaremos el río hasta poco más arriba, por el llamado Puente del Mercadín, en el que se sitúa administrativamente la línea divisoria entre Piloña y Caso, lo que no deja de ser curioso, pues lo habitual es que para fijar los límites territoriales en zonas montañosas se utilice el criterio de "aguas vertientes", lo que no se ha hecho en este caso. Estamos en la zona donde se forma el río que hemos venido acompañando contra corriente. Lo hace por la fusión de los flujos de agua que bajan de las riegas de Los Cubilones y de Panduriellu. Ya va siendo hora de decir cómo se llama. Nada menos que Río del Infierno. Parece ser que el nombre se lo puso alguien que creyó encontrar similitudes entre las llamas del infierno y las escarpadas aristas ¿de cuarcita? que se elevan de la agreste estrechura donde se unen las dos corrientes de agua para formar un nuevo río. En nuestro avance, dejamos esa foz y el río a nuestra izquierda. Seguimos con un río al lado, pero ahora es el de Moñacos, que aguas abajo se convertirá en afluente del de El Infierno. Éste conservará su nombre hasta Espinaréu, donde lo cambiará por el del famoso pueblo de los hórreos.

Jesús Pérez y Marisa Sanz, con la Foz vista desde el Sur al fondo.

Jesús Pérez y Marisa Sanz, con la Foz vista desde el Sur al fondo.

Esplendor de espuma y verdor

Estamos rodeados por una vegetación realmente impresionante. La de ribera es un derroche de variedad y, sobre todo, de profusión. Y entre ella y en torno suyo crecen árboles de buen porte, como castaños, arces, robles y hayas. Y las corrientes de agua son todo un espectáculo, con preciosas cascadas, más intensas que altas, algunas de las cuales ceden un espacio para poder fotografiarse a su lado, como ocurre junto al puente del Mercadín. En esta zona el valle se estrecha y el camino ha de brincar sobre las aguas utilizando pequeños puentes, como los de La Tarantosa, el Portao, El Patín y Las Palomas. Nuestro camino, tras pasar por el puente Corvera, sigue la riega de Los Cubilones, aunque sin penetrar en la foz del mismo nombre, sino que gira a la izquierda para evitar el murallón que preside la Peña Trallán (1.247 metros). El entorno es un impresionante hayedo, con ejemplares tan altos como rectos, que, en busca de la luz, pueden llegar a los 40 metros de alto. La pista empedrada que veníamos siguiendo deja paso a una vegetal, más estrecha y pindia, que parece llevarnos a una nueva muralla, formada por paredes de caliza, tan grandes como verticales. Guardan un secreto que nos desvelarán en seguida.

Entre la vegetación, impresionante en todo el ámbito, destacan unas imponentes hayas.

Entre la vegetación, impresionante en todo el ámbito, destacan unas imponentes hayas.

En la Foz de Moñacos

Ocurre pronto, en efecto. Es la súbita aparición de una alta entalladura vertical en la montaña, que forma un corto desfiladero. Es la Foz de Moñacos, nuestro objetivo. Su base está situada a 970 metros de altitud. Son las 13,25 horas, lo que quiere decir que hemos tardado dos horas y media en recorrer los, aproximadamente ocho kilómetros que hay desde La Pesanca, salvando un desnivel de 565 metros. Pero en el monte no todo puede reducirse a números. Lo primero, es haber alcanzado un objetivo deseado. Lo segundo, como en este caso, disfrutar de un paraje singular, sobre todo cuando se lo afronta desde el Norte, pues es desde donde llama más la atención por la verticalidad de sus paredes, como si hubieran sido separadas por el tajazo de un hacha descomunal. Por el lado Sur las grandes masas calizas que forman la foz se abren algo y acogen bastante vegetación en sus paredes. La roca de la derecha, según se sube es el Peñón de Moñacos, de 1.481 metros de altura. El peñón de la izquierda forma parte de la sierra de Pandemules, cuyo pico más alto, Los Tornos alcanza los 1.577.

Las rocas en forma de llamas que, según se cree inspiraron el nombre del río del Infierno.

Las rocas en forma de llamas que, según se cree inspiraron el nombre del río del Infierno.

Una antigua majada

El desfiladero que forma la Foz de Moñacos es llano, estrecho y corto. Lo justo para que a lo ancho quepan en él un arroyo, el de Moñacos, y un camino. Y se salva sin ninguna dificultad. Al hacerlo se accede así a una especie de anfiteatro vegetal en el que no es difícil descubrir algunos rasgos de una antigua majada. La inclinada pradería en la que antaño pastaba el ganado, está hoy comida por el felechu. Y hay rastros de otra actividad económica desaparecida, la forestal. La base de piedra de una construcción tapada por la vegetación corresponde, según indica Ángel Fernández Ortega, en su libro "Ruta del río Infierno", de la serie "Rutas para caminar por Asturias", editada por LA NUEVA ESPAÑA, a un cable o teleférico para transportar la madera que se cortaba en los bosques próximos. Los caminos y puentes que hemos utilizado tienen un origen similar.

A la ruta desde el Norte que hemos seguido nosotros para llegar a Moñacos hay que añadir dos que proceden del Sur, de sendas parroquias casinas: la de Nieves , procedentes del Suroeste y la de Orlé, del Sureste. Todo este territorio, hasta el puente del Mercadín, en el que se pueden hacer rutas muy interesantes, con distinto grado de dificultad, forma parte del Parque Natural de Redes.

En un paraje tan singular comimos algo y recorrimos, sin alejarnos, las proximidades. A las 14,40 iniciamos el regreso. A las 16,20 estábamos de vuelta en La Pesanca.

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El Peñón de Les Travieses, arriba a la derecha, emergiendo sobre la Sierra de la Frayada, desde la majada de Moñacos.

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El anfiteatro, de profusa vegetación, que bordea la Foz de Moñacos está rodeado a su vez, de forma casi semicircular y no muy a lo lejos, por una alta sierra caliza en la que la hierba y la roca se reparten la superficie. Es la Sierra de La Frayada. De ella emerge airosamente una gran masa caliza con forma de esbelta torre, que alza netamente sus paredes verticales por encima del bosque que la precede. Realmente impresiona la verticalidad de ese pico, que es conocido como el Peñón de Les Travieses. Pero mucho más impresiona conocer un episodio de su historia: el accidente mortal que en esas paredes sufrió una montañera el 18 de noviembre de 1990 cuando intentaba escalarlo hasta la cima. Este periódico informó escuetamente de la noticia al día siguiente. Y varios días después publicó una carta al director en el que el miembro de un grupo de Arriondas, amante de la montaña, contaba la historia que les había tocado presenciar cuando habían hecho alto para comer al pie del Peñón. Allí vieron que dos jóvenes estaban tratando de subir a la peña practicando la escalada libre, "o sea sin cuerdas". Eran un chico y una chica. A ella la vieron bajar "con una agilidad felina" y, seguidamente, iniciar la escalada por otra vía, en la que se encontraba su compañero. Pero de pronto, inexplicablemente, surgió la tragedia, al desprenderse la escaladora envuelta en piedras para acabar a unos dos metros del suelo, aprisionada entre ellas. Su compañero, al tratar de bajar a ayudarla, también había caído, aunque, por suerte, sin consecuencias. Según contaba José María Martínez Vallina, autor de la carta, los montañeros del grupo de Arriondas se volcaron en ayudar a la herida, mientras uno de ellos, el más joven, corría a pedir auxilio desde donde hubiera posibilidades de comunicación. Otros montañeros que estaban por la zona y se enteraron del accidente acudieron a prestar la colaboración que hiciera falta. La joven, a la que intentaron curar con los medios que tenían, pareció reaccionar, tanto que, cuando llegó un helicóptero para trasladarla al hospital, creyeron que saldría adelante. Pero las hemorragias internas que sufría eran mortales, según se sabría luego. Y María Luisa Álvarez, como se llamaba, no sobrevivió.

Sí sobreviviría su recuerdo, gracias a fantástica labor de sus compañeros de club, el "Vízcares" de Infiesto, que pusieron en marcha inmediatamente el Memorial María Luisa, un certamen internacional de fotografía y vídeo de Montaña, Naturaleza y Aventura, que con una rapidez inusitada alcanzaría un prestigio que, sin la menor exageración, se puede calificar de mundial. Participantes de más de 80 países y casi 20.000 fotografías llegan concurrir cada año a este certamen, que ya ha celebrado 33 ediciones y deja huellas tan admirables como unos fantásticos álbumes fotográficos. En esa cima permanece, inolvidable, María Luisa Álvarez.

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