Con un mes de diferencia cierran dos de las peluquerías clásicas del oriente asturiano, la de Paco en Cangas de Onís y la de Félix en Llanes. Podría decirse de las peluquerías lo que yo escribo a veces sobre las estrellas de cuando se mueren a la vez: "Tampoco las peluquerías se van solas".

La de Félix debía ser la más antigua de Llanes. Primero, a comienzos del siglo XX, fue la peluquería "Higiénica", y aunque creo que siempre mantuvo ese nombre, con el paso del tiempo fue recibiendo los nombres de sus sucesivos propietarios, todos miembros de la misma familia. Su primer dueño fue Florentino, a quien le tocó la lotería y compró por catálogo dos sillones hidráulicos en Denver (Colorado), con sus mandos niquelados y respaldos de rejilla y de tanta calidad que duraron tanto como la peluquería. Y si Félix no se retira, es seguro que el sillón de la izquierda seguiría en activo un siglo más.

A Florentino le sucedió al frente de la peluquería su sobrino Abundio, un hombre alto, delgado, con gafas, muy serio, por lo que los de mi época ya la llamábamos "la peluquería de Abundio". Si hay un dato cierto de mi biografía es que Abundio fue quien me cortó el pelo por primera vez, en la galería de mi casa, en un sillón sobre el que habían puesto una banqueta para que me sentara, pues queda dicho arriba que Abundio era un hombre alto.

La peluquería se encontraba en el cogollo comercial de la villa. En aquella sucesión de casas en las que, perfectamente alineadas, con miradores y galerías y una de aspecto tirolés, se sucedían los negocios: la tienda La Guía de ultramarinos, la farmacia Mijares, la peluquería de Abundio, el estanco que posteriormente regentó Mandi, el futbolista del Real Oviedo y del Barcelona; el Banco Asturiano (en los bajos de la casa tirolesa) y el bazar El Siglo, cuyos ventanales de la parte de atrás ya daban al puente y al puerto. Enfrente estaba el bar del Muelle, en el que comieron el cardenal Roncalli y el dictador Fulgencio Batista, recién derrocado. A Batista fueron a increparle unos indianos de Nueva que lo habían perdido todo con la llegada de Castro, pero el exsargento los escuchó como quien oye llover.

Al final de la época de Abundio, la peluquería "Higiénica" cruzó la calle para instalarse enfrente, en la plazuela de las Barqueras, en los bajos de una casona indiana. El local era un poco más grande, con más luz (tenía dos ventanales a la plaza), pero la decoración era la misma y es la que fotografía Emilio G. Cea en el reportaje de LA NUEVA ESPAÑA donde nos comunica su cierre. Los dos excelentes sillones de la época de Wyatt Earp, un mobiliario sobrio y elegante, una tira cómica en la que un aprendiz de barbero afeitando a un cliente le corta una oreja... todo seguía igual, como si el tiempo no hubiera transcurrido a lo largo de un siglo, con la única diferencia de que ahora cortaba el pelo Félix, un mozo tan serio, tan discreto y tan buen peluquero como su padre.

Las peluquerías suelen ser el mentidero de la villa. Félix, cosa rara en un peluquero, hablaba poco, lo indispensable. Siempre educado, siempre seguro en su oficio. La peluquería fue su escenario durante medio siglo. Fue mi amigo, leal y afectuoso. Te deseo lo mejor, Félix, paseando como te gusta por los alrededores de la villa, con tu mujer y tu bastón.