Relatos sobre vitela

De paso por la villa de l’Infiestu

Andrés Martínez Vega

Andrés Martínez Vega

Tal parece que la villa de l’Infiestu, capital del concejo de Piloña, ejerce desde siglos atrás la función de antesala del oriente asturiano, precisamente por situarse en el mismo camino real que descubre nuevos horizontes más allá del Deva. Aún a finales del siglo XIX y primer tercio del siguiente es muy habitual encontrar descripciones de la misma villa o del concejo en diarios o semblanzas biográficas de numerosos intelectuales, políticos, escritores... que bien visitan el municipio o recalan aquí como etapa de un itinerario, fundamentalmente, con destino a Covadonga.

Este es el caso del político y escritor Alfonso Pérez Nieva (1859-1931), que hace estancia en Infiesto en el verano de 1895. Procedente de Oviedo y tras tres horas de viaje llega a las 11 de la mañana a la estación de ferrocarril de la villa, inaugurada cuatro años antes y considerada como el final del trayecto ferroviario que partía de la capital del Principado.

En sus apuntes diarios recoge la impresión que le causa la llegada a Infiesto y el bullicioso entorno de la estación en donde había "un tropel de ómnibus pequeños y de jardineros aguardando a los viajeros". Como pudo, se embutió, dice, en uno de ellos y sin previo aviso, el mayoral arranca con sus tres mulas hacia el establecimiento hostelero más prestigioso, que era la conocida Fonda Pérez, ubicada en la actual calle Covadonga, en la línea de las casas que constituyen actualmente la manzana de viviendas levantada entre la calle La Pedrera y el café Venecia.

En este recorrido desde la estación hasta la fonda, que según él, parecía una "hostería alemana", el coche "va por una alameda de corpulentos y frondosos árboles, y se adentra en una calle de simpáticas casas de dos pisos, con cierto aire de bienestar y riqueza, que se delata en los portales y en las tiendas".

Ya, en el interior de la fonda, detalla la comodidad de las estancias y el comedor con "manteles limpios, grandes jarros de metal con asas para el agua y loza nueva", que era atendido por las hijas del dueño, dos jóvenes muchachitas rubias y suaves que servían con blusas de mangas de farol. "Magnífico". El cubierto que habitualmente se servía era de seis o siete platos y postre de leche; todo por el módico precio de 10 reales.

No deja Pérez Nieva de hacer otra serie de reflexiones durante su estancia en la villa del’Infiestu; al respecto, vincula la historia del municipio con la presencia de Pelayo en el mismo con motivo de las gestas reconquistadoras; y considera como la joya del concejo el conocido santuario de la Cueva, situado a las afueras de la villa, que lo visita, y en el que describe las tres ermitas, la casa del ermitaño y la del capellán

Su partida a Covadonga se llevará a cabo en el nuevo servicio de carruajes que se establece en Infiesto en el año 1893 y que partía de Infiesto a Cangas de Onís y Covadonga. Su propietario don Isidoro Fernández Vigón había establecido este servicio diario con salidas directas desde Infiesto a las 11 de la mañana y 6 de la tarde. El regreso, desde Cangas de Onís, era las 4 de la mañana y a las 12.

El trayecto Infiestu-Cangas de Onís tenía un precio de 2 pesetas; y el directo a Covadonga ascendía a la cantidad de 20 pesetas, ida y vuelta. La empresa de don Isidoro Fernández también había establecido en estas fechas un itinerario con destino a Ribadesella. Era el momento del resurgir de la villa capital de Piloña; la llegada del ferrocarril había dinamizado tanto la vida económica que el conjunto urbano en torno al Piloña había sufrido una gran transformación con el consiguiente ensanche, y se había convertido en núcleo de grandes expectativas empresariales, sociales y culturales.

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