Con vistas al Naranco
Sánchez del Río, cúbico
Las sensaciones ante la contemplación de una obra de arte
Hace años acompañé, como abogado e intérprete, a un empresario en visita a Bernard Arnault, que pasa por el francés más rico e incluso en la Forbes es la primera fortuna mundial.
La negociación versaba sobre una mediana superficie que luego no llegaría a nada, semejante al título de la novelita ovetense de Juan Benet, "Nunca llegarás a nada". Lo cierto y verdad es que suelo divagar siempre, en mi querida mustaquiana soledad, entre dos polos de la narrativa, la búsqueda de entretenimiento que recomendaba, refugio literario, el gran Emilio Alarcos y el surrealista barroquismo de los que disfrutamos también flagelándonos con el género llamado Nouveau Roman o las épicas benetiana y aún ferlosiana o joyciana. Pese a falta de resultados para mi cliente y amigo, y al margen de procelosas cuestiones abogadiles, guardo grato recuerdo de varias opiniones del capitalista galo y, desde luego, de su sorprendente buen gusto gestual: encima de la mesa aledaña de trabajo, tres piezas de escultura. Enseguida, patriotismo irredento, reconocí a Eduardo Chillida y Julio González.
Pasados años hube de pasar ahora por la consulta del dermatólogo José Sánchez del Río, allerano de oriundez, muy oviedista, donde cubo de hierro y/o acero posa en un vértice. Me pareció Oteiza, Chillida u otro de los artistas vascos que esculpen esas audacias. La exploración médica llevaba, saltarina, a varios puntos del cuerpo, pero mis ojos estaban en la beldad armoniosa de la insólita miniatura. Pepito se quejaba de que una celosa limpiadora, sin duda súper eficaz en su oficio, llevaba días cambiando el punto de apoyo por el aparentemente más lógico de la base de una cara plana y horizontal. Enigma artístico de exhibición pedagógica, solucionable y solucionado. Ante aquel cubo inclinado, sin alcanzar el síndrome de Stendhal, experimenté sensación de sana envidia parecida a la antigua que recuerdo tuve frente a un Picasso en el despacho profesional de Mari Paz Fernández Felgueroso que el gran malagueño había pintado al bueno de Daniel Palacio, marido de Mapi, héroe de la lucha democrática y víctima por dos veces en su botica de los estertores de la extrema derecha; tampoco olvido de la misma al hijo de otro entrañable e insigne dermatólogo, predecesor de Pepito, que colocó y todavía no reparó, entre gamberro y terrorista, una bomba incendiaria en mi coche.
En cualquier caso, Sánchez del Río cúbico.
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