El Arca Santa de la Catedral de Oviedo son, en realidad, dos arcas. Una recubre a otra. De una de ellas se sabe mucho, cada vez más; de la otra se ignora casi todo. Y el objetivo del Cabildo consiste en aprovechar el proceso de restauración al que será sometido el cofre de las reliquias para profundizar en la investigación no sólo del recubrimiento de plata del arca, fabricado en el año 1075, sino de la caja originaria, de madera, de la que muy pocos detalles se conocen con certeza.

"La estructura interna es de madera y está recubierta de plata dorada. Eso es lo que se dice, pero antes de decir nada definitivo hay que estudiarlo", sostenía recientemente Paz Navarro, conservadora del Instituto de Patrimonio Cultural de España (IPCE) y responsable del trabajo que se acometerá en los próximos días.

Las investigaciones efectuadas hasta la fecha han solido centrarse en la cubierta de plata del arca. Tal y como ayer anticipó LA NUEVA ESPAÑA, los investigadores María Antonia Martínez y Daniel Rico acaban de concluir que fue elaborada en Toledo, en un taller cristiano que intentaba emular la maestría de los artesanos de Al Andalus y del Norte de África, y que este trabajo data del siglo XI (como ya se ha dicho, otros estudiosos ya lo habían datado en 1075).

Pero el relicario cuenta con dos partes: una metálica, a la que alude el estudio ahora dado a conocer, y otra de madera, más antigua, de la que se dice que llegó de Jerusalén, de donde salió en el año 614 para salvarla de la invasión persa encabezada por Cosroes II. Unos defienden que este caja originaria está hecha de madera cedro; otros se inclinan por el roble. "No cabe duda de que el arca de madera es muy anterior al recubrimiento de plata que se hizo después", subrayó ayer Agustín Hevia Ballina, archivero de la Catedral.

La parte de madera encierra misterios milenarios. Fue el 13 de marzo (otros sostienen que el 5 de marzo) de 1075 cuando el Rey Alfonso VI, acompañado probablemente de su esposa Jimena, de sus hermanas las infantas Urraca y Elvira, de los obispos de Burgos, Palencia y otras diócesis, y hasta de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, viajó a Oviedo y mandó abrir el arca. Allí, "empujando suavemente, al tiempo que de una y otra parte se lanzaban con los turíbulos bocanadas de oloroso incienso, se abre el arca, en medio de gran temor, quedando patente lo que a Dios habían pedido, es decir, un tesoro inimaginable", según relata el acta firmada por los allí presentes, un documento del siglo XI del que se conserva una copia posterior, del XIII.

La admiración de tan destacados espectadores se plasmó en la orden de Alfonso VI de labrar, en riquísima plata y con cargo a su bolsillo, un recubrimiento para el arca primitiva, que le pareció muy pobre. Pobreza material, que no histórica, que se confía en que pronto reluzca como el oro.