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El Naranco en la Guerra Civil (I)

Tras las heridas de la batalla

El monte ovetense fue escenario de importantes episodios vinculados a la contienda, entre ellos la gran ofensiva sobre la ciudad

Nevero y búnker en el Naranco. LNE

En el verano de 1936 estalló con total virulencia uno de los episodios más dramáticos y trascendentales de toda nuestra historia: la Guerra Civil Española. Un conflicto que en Asturias se prolongó durante quince meses y cuya brevedad con respecto a otras regiones de España no le resta un ápice de importancia en el devenir general de la contienda. Los combates que se desarrollaron en Asturias fueron seguidos con gran expectación en el resto de España.

En muchos de esos enfrentamientos tomó gran relevancia como protagonista pasivo el monte totémico de Oviedo. Un Naranco que con su peculiar orografía se configuró como uno de los factores decisivos en el devenir de la contienda.

Las especiales circunstancias de la sublevación en Oviedo, postergada hasta la salida de las columnas mineras hacia Madrid, permitieron al coronel Antonio Aranda, una vez alejada esa combativa y experimentada tropa enemiga, tomar la ciudad y sus alrededores de acuerdo a un plan establecido meses antes. Comenzó entonces la fortificación de Oviedo en torno a una línea exterior apoyada siempre en el relieve.

No obstante, la escasez de tropas obligó a dejar fuera de dicho perímetro la Sierra del Naranco a pesar de su enorme importancia estratégica pues, en palabras del propio Aranda "quien domine el Monte Naranco, tiene dominado a Oviedo". Con todo, el nudo gordiano de las posiciones defensivas diseñadas por Aranda en el verano-otoño de 1936 se estableció precisamente en las lomas más meridionales del Naranco, en la posición llamada la "Loma del Canto". Este lugar, en palabras de la escritora Dolores Medio, "era en tiempos de paz una pequeña colina cubierta por verdes prados, sobre la que se asentaba un caserío".

Desde finales del mes de julio-en que se estabilizan los frentes- hasta ya entrado octubre, no hubo combates significativos en la ciudad, pues mientras las milicias republicanas se empeñaban en la toma de los cuarteles gijoneses, las tropas nacionales no poseían suficiente capacidad como para pasar a la ofensiva. Por tanto, durante esos meses lo que se vivieron fueron pequeños golpes de mano, ataques y contraataques de poca envergadura y tiroteos aislados. Nada que ver con los cruentos combates que se registraron meses más tarde. La guerra se encontraba en una fase muy incipiente y los milicianos instalaban sus piezas de artillería en los altos del Naranco. El Pico el Paisano, la Rasa, Ules y el actual Centro Asturiano fueron algunos de los lugares elegidos para apoyar el avance de la infantería.

Fue el día 5 de octubre, coincidiendo con el aniversario de la revolución de 1934, cuando se desató la gran ofensiva sobre Oviedo, una ofensiva cuyo mayor empuje se observó precisamente en el Naranco. Ya el primer día los avances por parte de las milicias republicanas fueron significativos, pues consiguieron desalojar las posiciones de La Cruz y Monte Alto. Sólo dos posiciones, la Loma del Canto y San Pedro de los Arcos, les privaban de alcanzar la Estación del Norte y, con ella, el casco urbano de la ciudad en su calle más significativa, la de Uría.

Fue precisamente en la Loma del Canto donde unos y otros, conscientes de su importancia, lucharon durante varias jornadas en las que los muertos, mutilados y heridos llegan a contarse a centenares. Finalmente, tras intensos combates en los que se derrochó heroísmo en ambos bandos, los republicanos consiguieron tomar la Loma del Canto el ocho de octubre mientras los últimos combatientes nacionales supervivientes se replegaban sobre San Pedro de los Arcos, el ultimo bastión nacional en el Naranco, ya sobre el casco urbano.

A partir de esta fecha se produjo una rectificación en toda la línea nacional pues con la caída del Canto, que había centrado toda la atención en los ataques de las milicias durante los primeros días de la ofensiva, deben abandonarse algunas posiciones subsidiarias como los Depósitos de Máquinas de la Argañosa. Otras, como la cárcel de Ferreros, quedaron seriamente comprometidas.

La suerte parecía echada para los defensores de la ciudad, pero en esos días el Naranco volvería de nuevo a tomar un protagonismo sorprendente, insospechado y decisivo en beneficio del bando sublevado al favorecer la llegada de las columnas gallegas. Efectivamente, mediado el mes de octubre, estas columnas gallegas se encontraban estancadas en el Escamplero ante la imposibilidad de cruzar el río Nora cuyos dos puentes -en Gallegos y Brañes- estaban bien defendidos por contingentes milicianos.

La suerte para las columnas gallegas y para Aranda fue que pudieron contar con la colaboración, más o menos forzada, pues aquí las leyendas, apócrifas deben juzgarse como tales, de Cipriano Pérez, el cartero de las Regueras, quien sirvió de guía a los nacionales para vadear el río. Amparados por la noche y la niebla alcanzaron la línea de crestas de la Sierra del Naranco. La mañana del 17 de octubre de 1936, cuando la niebla despejó, se hicieron bien visibles desde la ciudad los llamativos tarbuses de las tropas regulares dominando el Pico el Paisano, señalando el fin del aislamiento de la ciudad. Tras tres meses de intensos combates, el cerco de Oviedo había terminado. Sin embargo, lejos de terminar, la guerra entraba en una nueva fase y, a lo largo de 1937, el Naranco volvería a ser protagonista de luctuosos acontecimientos.

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