"Oviedo en el siglo XVIII era una ciudad muy dinámica abierta, con un importante flujo migratorio de entrada y salida; muy alejada de esa imagen de la Vetusta cerrada y plegada sobre sí misma que popularizó la literatura del siglo XIX". Así lo dijo ayer en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA la escritora e historiadora Covadonga Bertrand Baschwitz, que abrió el tradicional ciclo de charlas organizadas por la Sociedad Protectora de La Balesquida.

Bertrand aportó datos y apuntó que el 78% de la población residía en los arrabales; el 16% pertenecía a las clases acomodadas y sólo el 0,5% lo conformaba la poderosa nobleza, heredera de la aristocracia, de origen rural, como en el resto de España, que se trasladó a la capital buscando los altos cargos que revestían de un gran prestigio social.

Esa minoría titulada construyó palacios que aún perduran y también residió en otros que ya existían y aún están, como la Rúa, que fue el único edificio, junto con la Catedral, que se salvó en el terrible incendió de la Nochebuena de 1521. Frente a las casonas de las clases más pudientes, los menos favorecidos vivían en construcciones humildes de una sola planta, que muchas veces compartían varias familias.

Según explicó Covadonga Bertrand, Oviedo en el siglo XVII creció hacia los cuatro puntos cardinales que marcaban los cuatro grandes monasterios: el de Santa María de la Vega; el hospital de leprosos de San Lázaro y los conventos de San Francisco y Santa Clara. A ellos se añadía el monasterio de Santo Domingo, en la calle del mismo nombre, que estaba extramuros. "De ese modo se consiguió la disposición que perdurará a lo largo del siglo", señaló la conferenciante.

Los altos cargos de la ciudad también pasaban temporadas fuera, ya que esa movilidad era un marchamo de prestigio. "Los catedráticos de la Universidad iban a Salamanca unos años y los clérigos renombrados se trasladaban a Roma por un tiempo, para formar parte de la curia".

El Oviedo intramuros, la zona que conforma lo que hoy se conoce como "Oviedo Redondo", estaba rodeado de murallas que tenían nueve puertas que circundaban las tres arterias principales de la ciudad.

La primera se abría en la puerta de Cimadevilla y daba paso a la calle del mismo nombre. La conferencia fue presentada por Alberto Polledo. El próximo jueves, a las ocho, intervendrá Eduardo Serrano, que desgranará sus vivencias como catedrático de la Universidad de Oviedo.