Antonio López esperaba sentado, escrutando en silencio los restos arqueológicos del Palacio de Alfonso III que se dejan ver bajo el Colegio de Abogados de Oviedo. Y eso era todo, hasta que llegó su gran amigo, el escultor y pintor asturiano Félix Alonso. Acompañado de su familia, entró el piloñés y, con él, los asistentes a la exposición. Al ver a su compañero, López se levantó como un resorte. Llevaban quince años sin verse. A los viejos hermanos de pincel se les escapaba la sonrisa por ambos lados de la mascarilla, se cogieron por las clavículas, por los hombros, y el reencuentro les quitó veinte años de encima durante unos minutos. La magia duró poco, porque los asistentes y los medios estaban ansiosos de acercarse a los maestros. “Nos ponemos como futbolistas”, bromeó López al posar para una de las fotos más demandadas, la de los dos artistas juntos. Uno de los motivos –quizás el de más peso– para que Oviedo pueda disfrutar de la presencia del pintor manchego eran las ganas que tenía de reencontrarse con Alonso, a quien conoció durante su época de estudiante en Madrid, hace ya 72 años.

Félix Alonso y Antonio López, en la exposición del artista asturiano. | Irma Collín

El asturiano fue, en palabras del manchego, el “primer amigo” que hizo en la capital y “el mejor” que ha conservado. Y, ayer, compartió con él una comida y, por la tarde, le acompañó durante la presentación de la exposición que tiene durante la Semana del Arte Profesional de Oviedo. Las figuras de los artistas eclipsaron durante los primeros compases de la exposición a las obras del asturiano. Cuadros realistas repartidos por los dos pisos del Colegio de Abogados y una escultura, de piedra blanca.

López, de 85 años, y Alonso, de 89, se conocieron en Madrid en la Academia de Bellas Artes de San Fernando. Desde entonces, 1949, la amistad y la admiración mutua han acompañado siempre su relación. Antonio López, reconocido como el gran maestro vivo de la pintura en España, habla de su compañero de estudios como “uno de los mejores artistas” que ha conocido. Escapando de la gente, para ir por libre a admirar el trabajo del asturiano, López subió al segundo piso por su cuenta, sin usar el ascensor y sin compañía, deteniéndose en un paisaje de un canal veneciano.

Los asistentes recorrían las dependencias del Colegio de Abogados admirando el trabajo del asturiano, especialmente en su faceta de pintor realista; pero también a los propios artistas. En las paredes, naturalezas muertas, flores, paisajes plasmados con talento sobre el lienzo y dos cuadros disonantes, en blanco y negro, de escenas familiares. Por el camino, fotos y asaltos para robarles unas palabras a los maestros.

Félix Alonso, que está delicado de salud, apenas habló. La voz cantante la llevaron sus sobrinas –protagonistas de esas dos pinturas en blanco y negro– que comentaban los cuadros con los asistentes y que incluso dedicaron unas palabras de elogio a los organizadores. “Deberíais estar orgullosos de lo que estáis haciendo, de verdad”, decía mientras los artistas se reencontraban por segunda vez en el día. Alonso recorrió la sala sonriente, pletórico, pero casi mudo. Su avanzada edad le había impedido encontrarse con López a su llegada y tampoco le permitió acudir al acto que se celebró en la mañana de ayer en el Filarmónica y en el que, como siempre que puede, Antonio López le dedicó palabras de infinito cariño: “Es muy duro trabajando, pero en la vida es como un niño”. Y la cara del asturiano era de una felicidad pura, casi infantil.

La directora de la Semana Profesional del Arte, Marta Fermín, les dedicó a ambos palabras de agradecimiento e hizo referencia a la labor didáctica de Alonso. “Como siempre digo, mis ‘profes’ son mis ‘prefes’”, proclamó, en referencia a su etapa como alumna del piloñés, que fue, durante años, profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Oviedo.

Las palabras de Fermín durante la presentación oficial de la exposición tuvieron lugar ante un pequeño grupo de personas, mayoritariamente la familia del escultor asturiano y representantes del Colegio de Abogados de Oviedo. Para entonces, la cola para entrar ya rebasaba el patio del Colegio. López –de un amable impecable, pero que no parece dado a los baños de masas–, tras hacerse un sinfín de fotos con admiradores y firmar artículos a devotos a diestro y siniestro, fue a sentarse junto a su amigo. Para continuar observando las piedras que quedan del Palacio de Alfonso III.

–¿Y esto qué es? –preguntaba, concentrado, mientras señalaba las ruinas, al tiempo que los asistentes le apuntaban a él con las cámaras.