Las rosquillas de San Blas, tradición que genera colas con Las Pelayas: "más gente que nunca" en el monasterio ovetense

Las misas del patrón de los males de garganta, aún sin besos a la reliquia por temor al covid, consiguen llenar la iglesia del monasterio

El olor a mantequilla, azúcar y anís se alió este viernes con el buen tiempo y las ganas de una normalidad todavía incompleta para conseguir que la celebración de San Blas, una fiesta religiosa ancestral recuperada en 2015, llenara las principales misas en honor al conocido como patrón de los males de garganta oficiadas en el monasterio de San Pelayo. "Nunca fallo, porque mi abuelo fue médico de las monjas y la verdad es que, pandemia aparte, cada vez viene más gente", explicó la ovetense Marta Fernández con una amplia sonrisa y un paquete de las ya famosas rosquillas de San Blas elaboradas por las monjas antes del acto religioso en el que todavía no se pudo dar besos a la reliquia y la imagen del santo por miedo a posibles contagios del covid.

Las tres eucaristías celebradas a lo largo del día propiciaron los momentos de más afluencia al puesto regentado por las voluntarias Amparo Fernández-Miranda, Paz Álvarez y Susana Fernández, las cuales apenas tuvieron un respiro para despachar las más de 12.000 rosquillas elaboradas por las monjas benedictinas en las últimas semanas. "Somos fijas discontinuas", bromeó Fernández-Miranda sobre su apoyo incondicional a esta cita desde su recuperación hace algo menos de una década.

Libros sobre el santo martirizado en el año 316, discos, medallas y marcapáginas fueron algunos de los productos comercializados por el monasterio para financiar su actividad. Sin embargo, nada tuvo tanta aceptación como las rosquillas. "Es algo que no puede faltar cada año", indicó María del Carmen Castañón, una incondicional convencida de los poderes sanadores de San Blas. "A mí me resulta siempre muy bien", aseveró la mujer, puntualizando que el ambiente ha cambiado mucho respecto a cuando comenzó a visitar Las Pelayas por San Blas en su juventud. "Entonces estaba nevado todos los años", rememoró.

En los bancos de la iglesia pudieron verse aún muchas mascarillas. El sacerdote encargado del oficio de las doce, el párroco de Sama de Langreo, Luis Fernández, recordó a los fieles antes de finalizar la misa la perpetuación de la medida por la cual se sustituyen los antiguos besos por inclinaciones de cabeza ante las reliquias. Entre los cientos de participantes en este rito, alguno tuvo la tentación de besar los restos del que fuera obispo de Sebaste (Armenia) en la época romana.

Fernández, que contó para la celebración con la colaboración del acólito Enrique García, aprovechó la homilía para recordar la vida del que fuera médico y prelado perseguido durante la época romana hasta su asesinato. "Era la humanidad, la inocencia, es decir, la santidad", relató minutos antes del momento en el que sacó de su urna el hueso de diez centímetros de longitud trasladado a Las Pelayas desde el convento de Santa María de La Vega en 1854. "Fueron expulsados con la excusa de hacer un hospital, pero poco después hicieron una fábrica de armas", explicó en referencia al recorrido de unos restos que llegaron al ya desaparecido convento carbayón unos siglos antes.

Desde mediados del siglo XIX, la celebración de San Blas se convirtió en un clásico de Las Pelayas, aunque la tradición cayó en el olvido unos años, concretamente hasta 2015. "Me dio mucha alegría cuando lo volvieron a hacer y ahora es nuestro deber conseguir que las nuevas generaciones continúen", declaró Nely Gutiérrez, incondicional de San Blas y todo lo relacionado con el monasterio. "Las rosquillas están bien, pero hay cosas que hacen incluso más ricas", admitió.

Un claro ejemplo del arraigo de esta festividad religiosa es el de la familia de Ángeles Ronderos. "Mi abuelo ya venía y a día de hoy ya vienen hasta sobrinos nietos míos", le comentó a Javier Portilla, médico y también fiel a Las Pelayas, al que se encontró junto al concurrido puesto de rosquillas, comercializadas este año en paquetes de 14 unidades a un precio de 6 euros. "Cunde más que la docena de antes, aunque cueste un euro más cada paquete", indicaron varios de los compradores.

Tampoco faltó algún oportunista confeso como Juan Miguel Diéguez, un joven estudiante carbayón que hace unos días descubrió la existencia de este santo por casualidad. "Llevo una semana con dolor de garganta y me comentaron que San Blas era mano de santo para estas cosas, así que me animé a probar suerte", comentó desde la última fila de la iglesia al final de una misa a la que acudió entre y clase y clase con una mochila a la espalda. "Pocos santos tienen tantos seguidores, la garganta es sagrada", sentenció la veterana feligresa Carmen Suárez mientras saboreaba una rosquilla a los pies del concurrido monasterio.

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