Crítica / Teatro
Y Lina Morgan estuvo en Oviedo
Perfecta encarnación de la ovetense Ana Blanco en la legendaria actriz cómica en un divertido homenaje teatral
Lina Morgan es ya un mito y "Gracias por venir" le rinde un sentido homenaje con una trama pensada para sacar el máximo partido a las virtudes de dos grandes actrices: Ana Blanco y Ana Torres. La intérprete asturiana ha conseguido mimetizarse con la popular cómica con un dominio inigualable de todos los tics, gestos y ademanes que la caracterizaban y Ana Torres está espléndida en el papel de la vedette seria y despampanante, con una voz y cuerpo espectaculares. Jesús Manuel Ruiz, periodista de la prensa rosa, ejerce aquí de sparring de estas mujeres con un doble papel que no le da mucho juego. El argumento de la comedia genera buenas expectativas, aunque le saca poco partido al equívoco de identidades que provoca la llegada de Ramona (Ana Blanco) a una academia artística de medio pelo regentada por Marián (Ana Torres), ávida de ingresos para casarse con su novio Peter (Jesús Ruiz), un talludito vestido de quinceañero que tiene un hermano gemelo que resulta ser el bobalicón Poli, novio de Ramona. El escenario se transforma sucesivamente de academia en interior de casa tipo Hostal Royal Manzanares. Para facilitar el cambio, que se hace un tanto reiterativo, las actrices bajan al patio de butacas y debaten con el respetable sobre las vicisitudes de sus personajes. La trama principal se sustenta en el grotesco intento de transformar a la zafia Ramona, fan del Fary, en una seductora vedette, y es aquí donde Ana Blanco despliega sus artes clownescas, en una recreación genial y muy orgánica de "la tonta del bote", ese genuino personaje a medio camino entre Groucho Marx, Cantinflas y la propia Lina con calambre de pierna incluido. Los números musicales incluyen desde pasodobles, tangos, jota de Cieza, cuplé, cabaret y hasta una parodia de la "Carmen" de Bizet para lucimiento de las dos protagonistas. Tras una resolución final con anagnórisis muy previsible, la obra cierra, como no podía ser de otra forma, con la canción ya convertida en himno con la que Lina Morgan siempre acababa y que da título al espectáculo. Un teatro abarrotado coreando entre plumas, boas y lentejuelas aplaudió con ganas a una emocionada Ana Blanco que agradeció sentir que estaba "en casa".
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