Entrevista | Paloma Uría Presenta hoy en Oviedo el libro "El feminismo en la encrucijada"

"Las polémicas no son nuevas, lo que ocurre es que hoy se han hecho irreconciliables"

"La casi total institucionalización del feminismo va en detrimento de su fuerza como movimiento social, ha perdido su capacidad de presión"

Paloma Uría Ríos.

Paloma Uría Ríos. / Tino Pertierra

Tino Pertierra

Tino Pertierra

La escritora, política y profesora Paloma Uría Ríos, cofundadora en la Transición de la Asociación Feminista de Asturias, presenta hoy en Oviedo su último libro: "El feminismo en la encrucijada". Será a las 19.00 horas en la librería Matadero Uno. Uría, doctora por la Universidad de Oviedo y profesora ya jubilada de Lengua y Literatura Españolas de Enseñanza Media, es autora de libros como "En tiempos de Antoñita la fantástica", su tesis doctoral, y "El feminismo que no llegó al poder". Fue diputada de IU en la Junta General (2004-2007).

–¿Llegar al poder ha perjudicado en algo al feminismo?

–No sé si "ha llegado al poder". El que las instituciones, gobiernos y Parlamento hayan respondido a importantes reivindicaciones feministas es, y espero que siga siendo, positivo, siempre que el feminismo no se convierta en un arma arrojadiza entre las distintas opciones políticas y en una lucha parlamentaria y mediática sin una verdadera y seria reflexión, que es lo que ha pasado últimamente con la actividad parlamentaria. Pero la casi total institucionalización del feminismo ha ido en detrimento de su fuerza como movimiento social. Pienso que en una democracia los movimientos sociales tienen una importancia fundamental y las organizaciones feministas han perdido su capacidad de presión, de diálogo y de control de las decisiones políticas.

–¿Añora la coordinación y capacidad de movilización y pluralidad del feminismo en los años setenta/ochenta?

–El movimiento de los años de la Transición fue un movimiento muy combativo y bastante unitario, aunque en su seno se produjeron, desde el principio, encendidas polémicas que se abordaban en debates y jornadas, pero que no impedían la acción reivindicativa unitaria. Respondía a una situación política y social que se enfrentaba a una transición democrática desde una dictadura. Había reivindicaciones que exigían un pronto cumplimiento: legalización del divorcio y del aborto, reformas del Código Civil y del derecho de familia, adaptación del Código Penal, especialmente en lo referente a las agresiones sexuales. Una gran parte de estas exigencias han sido satisfechas, al menos parcialmente. Hoy estamos en una época diferente que exige respuestas diferentes, acordes con los nuevos tiempos. Lo que sí echo de menos, sí añoro, es la capacidad de debate sin crispación de entonces. Las polémicas no son nuevas. Ya desde los inicios en el movimiento feminista se discutía sobre el significado de ser mujer, en qué medida era un destino biológico o un papel social determinado por la cultura y por las estructuras sociales. Esto también llevaba a debatir sobre los géneros y su interdependencia. La sexualidad y sus implicaciones formaron parte de las discusiones más encendidas. Muchas de esas polémicas no se saldaron, sino que se acentuaron las diferencias. Hoy se han hecho irreconciliables e incluso sin posibilidad de un debate sereno. Me temo que la situación va a durar bastante tiempo.

–¿Hay feminismo puritano?

–Ya en los primeros tiempos del movimiento feminista se definieron dos posturas, más o menos firmes, en torno a la sexualidad. Una postura, que creo que entonces era mayoritaria, defendía para las mujeres una sexualidad explícita, sin reproches morales. Argumentaba que tanto la dictadura como el nacionalcatolicismo habían sido extremadamente moralistas y represivos. Se reivindicaba el placer, una expresión libre de la sexualidad, se aborrecía la censura. Había otra postura, probablemente influida por el feminismo radical estadounidense, que ponía más el acento en el peligro que suponía el carácter que consideraban "depredador" de la sexualidad masculina, por lo que censuraba la exposición incluso voluntaria del cuerpo femenino y abogaba por la prohibición radical de la pornografía, la prostitución... Esta posición fue tomando fuerza y hoy configura un feminismo de tintes puritanos.

–¿Es un error considerar al hombre un enemigo?

–No solo es un error, sino un disparate. Todas las personas que aspiren a construir un mundo más igualitario y más justo defenderán las aspiraciones feministas de igualdad y rechazarán cualquier tipo de sumisión o discriminación. Los hombres no solamente son aliados, sino partícipes de esa misma aspiración. Es cierto que el feminismo pone en cuestión y trastoca aspectos fundamentales de las relaciones personales, es cierto también que esta lucha exige generosidad y renuncias por ambas partes. Es preciso reconocer, sin embargo, que una parte del feminismo ha centrado sus críticas en el género masculino tomado en su conjunto, sin tener en cuenta que las responsabilidades son individuales, no genéricas. Eso ha contribuido, quizá, a un cierto desconcierto en sectores de la población masculina. Ese estudio que afirma que muchos hombres se sienten "discriminados" por el feminismo creo que se basa en una encuesta con preguntas demasiado abiertas y que dan lugar a respuestas contradictorias. Junto al porcentaje de quienes dicen sentirse discriminados (un 44%), hay un 87,7% de los hombres que consideran que hay que recriminar a alguien cuando tiene comportamientos sexistas.

–¿Se desatiende la incorporación de los sectores más desfavorecidos?

–Como he dicho antes, hoy corren nuevos tiempos. El neoliberalismo rampante que nos domina desde hace un par de décadas ha acentuado de forma acusada las desigualdades sociales propias del sistema. Esto pone de manifiesto hasta qué punto la desigualdad, la discriminación y la pobreza afectan también a las mujeres. El feminismo no debe abordar solamente las desigualdades que nos afectan en cuanto a género, sino, sobre todo, tiene que dirigirse e incorporar en sus demandas a los sectores en mayor riesgo de exclusión y pobreza: a las inmigrantes, las temporeras, las trabajadoras domésticas o en empleos feminizados que reciben un salario apenas de supervivencia, incluso, como no, a las prostitutas, que padecen hoy un acoso institucional que las aboca a la miseria. Esta orientación puede ayudar a revitalizar las organizaciones feministas, darles un nuevo impulso y una orientación más rica.

–¿Se puede ser feminista y de derechas?

–Me parece una cuestión un tanto inconcreta; habría que especificar a qué derecha nos referimos, ¿a los partidos?, ¿a los votantes?, ¿a la población conservadora?... Lo que te podría responder es lo que ya dije antes: cualquier persona que rechace las desigualdades sociales, que tenga aspiración a un mundo más justo, que reconozca las situaciones de discriminación de muchas mujeres, cualquier persona que piense así puede llamarse feminista. Bien es cierto que en España el poder de la jerarquía católica influye en un sentido negativo para el feminismo, con sus críticas a lo que llaman "ideología de género", su represión de la sexualidad, su idea sumamente tradicional de la familia... Todo ello tiene, sin duda, cierta influencia en las mentalidades más religiosas. Pero también es cierto que las mentalidades van cambiando.

–¿Un hipotético gobierno central con Vox dentro revitalizaría la lucha feminista?

–No contemplo un gobierno con Vox. Confío en la sensatez de mis conciudadanos a la hora de depositar su voto.

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