Alma de Oviedo
El yin y el yang de Adolfo Casaprima, historia viviente de Oviedo (y bien contada)
El periodista aplicó el método y la precisión relojera paterna en sus investigaciones sobre la historia local
Adolfo Casaprima Collera nació en Oviedo, tercero de los cinco hijos del joyero Adolfo Casaprima y de María Luisa Collera. Muy carbayón desde la cuna, se formó en la Facultad de Letras y ejerció aquí sus profesiones. Fue periodista cultural y local en el «Correo de Asturias» y LA NUEVA ESPAÑA, director de Oviedo Televisión (2002-2008), editor y autor de varias monografías dedicadas a la historia de la ciudad, la última de ellas «Repostería típica de Oviedo». Está casado con Olga Suárez, tiene dos hijos, Mateo y Víctor, y una nieta, Escarlata.
Cada vez que Escarlata –dos años– se le lanza al cuello con un "¡güelito, güelito!", Adolfo Casaprima maldice verse al final de la vida y bendice el torbellino de velocidad con el que solo una nieta te puede envolver. "Es mi yin y mi yang", resume tratando de poner cierto desapasionamiento vital al acercarse este mediodía al lugar donde nació, en la calle Campomanes, asomado a los jardines de la Rodriga. Eran, entonces, los terrenos de las Teresianas señoritas, pero todo el barrio escapaba por las carboneras a aquel bosque encantado. Los Casaprima, los Valdeón, los Sañudo… Tropel de niños jugaban al fútbol, construían casetas en los árboles y se enfrentaban puntualmente a las incursiones, desde la parte alta de la finca, de los seminaristas más jóvenes.
Toda esa felicidad convivía con cierta inquietud aprendida en casa a fuerza de los robos y las extorsiones que su padre sufría por las joyerías (Rosal y Uría 1). La mafia marsellesa, la del Este, los sudamericanos y la ETA dejaban estampas domésticas de la policía cogiendo las llamadas o siguiendo en un R5 a Adolfo y sus hermanos camino del colegio, hasta la Gesta, divertidos los niños en el juego de amagar con dar esquinazo a los agentes que les escoltaban en la distancia. El itinerario vital fue otro. Lejos de los relojes, donde su hermano Carlos encontró oficio, Adolfo se sumergió en los ejemplares de la editorial Losada que atesoraba su tía Pepita en la calle Sacramento y en las enseñanzas de Mari Montero en el Alfonso II.
Armado de libros ingresó en la facultad de Letras, y hubiera aceptado la oferta del profesor Martínez Cachero para prolongar su vínculo con la Universidad como bibliotecario si no hubiera tenido tanta prisa por independizarse del todo y casarse con Olga Suárez Andreu, a la que –casi una tradición entre hermanos a la hora de encontrar pareja– había conocido en Candás. Así, recaló en el periodismo, hasta que una propuesta para escribir el libro sobre la historia de la Sociedad Filarmónica de Oviedo le convirtió en editor en 1995. En ese nuevo oficio se mantiene, entre los pequeños, como uno de los que más tiempo lleva en la región, expresa con orgullo, y se intuye que el mimo de las horas en los archivos y del gusto para escoger el papel verjurado y tipografía vivaldi le aproximaron a la disciplina estética paterna. "Sí, era muy metódico y muy puntilloso. Ponía solo cuatro cosas en el escaparate y brillaban. Lo consideraban uno de los mejores".
Después de haber escrito y encuadernado el Campo, la ópera o el Carbayón, acaba de sacar del horno "Repostería típica de Oviedo", páginas que le reconcilian con las mañanas de domingo a por la bandeja de pasteles a Camilo de Blas, al Jarama. La infancia dulce de su ciudad pequeña.
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