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Con vistas al Naranco

Racionalismo vs. Nacionalfanatismo

El fanatismo inunda culturas en nuestra misma frontera

Tuve trato con Tarradellas, muy interesado, por cierto, en mis viejas raíces catalanas. La grata conversación con el Honorable se trufaba con digresiones a amigos comunes: el Presidente Maldonado, el ilustre compañero socialista Joan Raventós, la feminista radical Empar Pineda... El recuerdo de aquel hombre de Estado, representación de Cataluña, que tanto vivió, antes y después de su exilio en St.Martin-le-beau, se me contrapone a la pequeñez e indignidad moral de Artur Mas.

Ya don Josep cuestionaba preocupadamente a Pujol. Pero ahí tenemos al tal Jordi, en forma de Artur, que nada tiene que ver con el artúrico mundo céltico y cunqueirano, salvo en el futurista regreso al medievo tardío; más me prestaría como sabor de época del posterior Tirant lo Blanch que como intemporal, mezquino, nacionalista e irracional salto al vacío idealista, neutralizado ya en el XIX.

Los de mi generación universitaria teníamos claro que los filósofos clásicos de los diversos racionalismos terminaban con el teórico idealismo irracional. Un buen amigo catalán me señala que Mas, maestro apenas en el transformismo, no pertenecía a ese nuestro tiempo pues lo pasó sin desmelenarse contra el fascismo, una de las formas más agresivas del irracionalismo. Es posible que ahí esté una de las claves del torpe y tozudo camino de pasión que sufrimos mientras con irresponsabilidad nos han quebrado Cataluña en dos.

Pero si don Artur es ajeno al tiempo en que alumbrábamos la democracia, sí está en la fanática actualidad. Sorprende que personas con praxis anti idealista, verbigracia Raul Romeva, le apoyen hasta lo indecible. Es, no obstante, un signo frecuente: los delincuentes, y los pro Pujol no podrían ser excepción, siempre encuentran en el iter criminis encubridores, incluso conversos fanatizados.

Para que prospere mínimamente el fanatismo ha de acompañarse de otro componente totalizador. Así, el yihadismo, ultra religioso, tiene mucho de común con el nacionalismo en su versión irracional, egoísta, empobrecida y vulgar. Ese fanatismo, que inunda culturas en nuestra misma frontera, se filtra en esta antigua civilización con terreno abonado para heridas fanáticas, misérrimas e inquisitoriales.

Tarradellas fue bálsamo para este país; Mas, solo un tontaina ("El último mono de la famiglia", Del Pozo dixit) que no se comprometió entonces y ahora contribuye simplemente a enredar Cataluña y España hasta cotas incendiarias de difícil extinción.

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