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EL OTERO

Un café en el Cervantes

La vida en los antiguos y grandes establecimientos de la ciudad

Oviedo es una ciudad con gran tradición en hostelería. Restaurantes, bares, sidrerías o cafés han aportado grandes nombres en una tan extensa como prestigiosa nómina. En 1974, Luis Arrones Peón publicó una obra esencial para conocer esa jugosa historia: Hostelería del Viejo Oviedo. Más recientemente, en 2015, Carlos del Cano, nos brindó otra relevante publicación para descubrir más de un sector, sin duda, importante: "Historias del Ocio de Oviedo". Y en ellas me baso para completar un hecho curioso que conocí casualmente y que ocurrió el 28 de junio de 1936 en un café de Oviedo: el Café Cervantes.

Cuando hablamos de estos establecimientos seguro que pensamos en elegantes locales con sus mesas de mármol con patas de hierro, elegantes camareros, madera en las paredes, y animadas tertulias sumidas en una vaporosa atmósfera. Uno de ellos era el Cervantes. Abrió sus puertas en 1929 en la esquina de Argüelles y la plaza de la Escandalera con amplios ventanales a la calle y un gran salón de billar en el sótano. Sus fundadores, los hermanos Manuel y Arturo Fernández, indianos retornados de Cuba. Pronto el lugar se convirtió en punto de encuentro y disputadas partidas de dominó. También disponía de una gran cafetera cilíndrica, la mayor de Oviedo, como cuenta Arrones, con doce brazos o canillas.

Tuvo tres épocas diferenciadas con cambios de propietarios aunque eso vamos a dejarlo para otra ocasión. En él se gestó una tertulia, literaria en este caso, formada en 1953: la tertulia "Naranco". A ella se debe la concesión del premio de novela corta "Carbayón de oro".

Pero vamos a lo que sucedió el 28 de junio de 1936. Un hecho poco frecuente en nuestros días: la renuncia de un diputado a su acta. El protagonista es el socialista Amador Fernández y el lugar, la terraza del Café. La noticia la publicaba el diario "La Libertad": "En el café Cervantes se encontraba el diputado socialista D. Amador Fernández con varios amigos y correligionarios. El señor Fernández había recibido diversas peticiones y noticias de otras que se le habían formulado días anteriores. El diputado contestó a los que le pedían recomendaciones que él deseaba atender a todos, pero que no siempre le era posible conseguir lo que se le pedía. Contrariado, sin duda, por algo que se le dijera, el Sr. Fernández dijo: 'Yo regalo el carnet de diputado a quien lo quiera'. Uniendo la acción a la palabra, sacó el carnet y lo ofreció. Claro está que nadie se acercó a cogerlo, y entonces el señor Fernández, en medio de la sorpresa y el silencio de cuantos le rodeaban, rompió el carnet de diputado, y dijo que de su actitud en aquel momento daría cuenta a la organización"

Otro diario, el "Crónica Meridional", se hacía eco asimismo del sorprendente hecho y contaba a sus lectores algún detalle más: "?no se reintegrará jamás a la vida parlamentaria. 'La gente cree que tengo la solución a todos los problemas, incluso los particulares de los electores. El carnet sólo me sirve para percibir mil pesetas, viajar gratis y pasar sin obstáculo entre los guardias de asalto y los ujieres del Congreso. Deseo desde ahora trabajar modesta y anónimamente'".

En fin, una curiosa anécdota ocurrida hace ochenta y cuatro años que me sirve de acicate para querer saber más del maravilloso mundo de los cafés ovetenses. Queda pendiente.

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