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Adiós, querido amigo del alma

La despedida de un filántropo con una elevada valoración de la amistad

Nos dejó una persona excepcional dotada de un sinfín de atributos positivos (bondadoso, respetuoso, generoso, altruista, cordial, discreto, afable, dialogante, modesto, tenaz y alguno más que se me escapa). Se trata de Alberto Polledo Arias, un ovetense de pro y a la par un hombre del mundo.

Alberto dedicó su vida al negocio familiar (Librería Santa Teresa), un trampolín privilegiado que le permitió entablar amistad con medio Oviedo, pues era habitual verlo en el recinto librero dialogando con los clientes o, lo más usual, con simples tertulianos. Ir con él por la calle conllevaba pararse de continuo para saludar a una multitud de gente que le apreciaba y a la que él correspondía con gratitud.

Dado que era un ávido lector y nunca pudo desconectar de los libros, adquirió una férrea formación literaria que le facilitó escribir con innegable habilidad nueve libros e incontables artículos periodísticos en el diario LA NUEVA ESPAÑA, periódico del que era articulista asiduo, poniendo de manifiesto su amor por la naturaleza, la montaña, los animales y la ecología, todo un mundo idílico. Mostró asimismo gran interés por divulgar el Camino de Santiago que, una vez pateado palmo a palmo, plasmó en dos encomiables obras, sin olvidar su amor por su ciudad natal dedicándole una rigurosa pero amena guía.

Amante de la música culta, rayando la melomanía, procuraba no perderse la ópera ovetense ni los conciertos de obras sinfónicas.

Alberto, como hombre de corazón grande que era, tenía en alta valoración la amistad y se definió por ser amigo de sus amigos, a los que dedicaba todo tipo de parabienes. Dotado de un carácter envidiable, con unas peculiares pinceladas de sorna asturiana, le permitía tener un trato exquisito con todo el mundo. Practicó la filantropía, siendo infatigable colaborador de actividades solidarias permaneciendo siempre en un segundo plano, alejado de pompas y vanidades.

Fue testimonial y ferviente con sus legítimos sentires, expresando sus opiniones sin ningún tipo de tapujos, pues repetía con frecuencia que, llegado a una edad, uno está legitimado a no ocultar sus pensamientos, dado que se afirman los valores permanentes y se derrumban los de signo artificial.

Ya no podremos disfrutar de la tertulia semanal alrededor de “aquel vinín”, que tanto nos prestaba, aunque siempre tendrás una silla vacante en nuestra memoria.

Un cariñoso recuerdo a Carmen, su eterna y querida mujer, y a sus hijos Gemma, Alberto y Laura, así como al resto de su muy apreciada familia.

Me vas a permitir que me despida de ti con una canción de Alberto Cortez, cuyo texto comparto al cien por cien:

“Cuando un amigo se va / queda un espacio vacío / que no lo puede llenar / la llegada de otro amigo. / Cuando un amigo se va / queda un tizón encendido / que no se puede apagar / ni con las aguas de un río”.

Descansa en paz, mi querido amigo.

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