Los máximos exponentes del impresionismo pictórico habrían estado orgullosos de la interpretación que la Orquesta Sinfónica de la Radio de Fráncfort llevó a cabo la pasada noche del sábado. No es para menos. Alain Altinoglu empuñó la batuta, metafóricamente convertida en pincel, para esbozar el "Preludio a la siesta de un fauno" (Debussy). Cada frase de la flauta, con una articulación y una calidez del sonido mayúsculas, aportaba nuevos relieves desdibujados ante una cuerda homogénea, que parecía envolver cada mínimo detalle de la formación germana, y unos metales precisos y directos.
A la pincelada suelta se uniría el elemento luminoso encarnado en la voz de Ambroisine Bré. La mezzosoprano afrontó las "Ariettes oubliées" con mucha seguridad y solvencia. Timbre pulido, tesitura amplia y facilidad para la proyección (superando a una orquesta muy nutrida) para irradiar una profunda expresividad. Bré aportó una frescura difícil de explicar a la obra de Claude Debussy (en el arreglo de Brett Dean), con un pasmoso manejo del volumen y jugando incluso con el vibrato, algo gutural, pero capaz incluso de asombrar con momentos de honda delicadeza, como en los legatos finales de "Chevaux de Bois". Altinoglu supo ajustar a la orquesta alemana y arropar en todo momento a la mezzo, sin duda desde la experiencia que posee en el repertorio de Lied y como pianista acompañante.
La "suite sinfónica Scheherezade" evidenció el nivel de los músicos en todos los papeles solistas (concertino, fagot, oboe, clarinete, arpa…) y como un bloque, donde el colorido fue el protagonista indiscutible. Altinoglu manejó la amplia paleta cromática con cierto academicismo para teñir el auditorio con una sonoridad atractiva e incontestable, repleta de matices y dinámicas.
Como "evocación" final, fuera de programa, la obertura de la ópera "Ruslán y Ludmila", de Glinka. El mejor final posible a un concierto "impresionante".