Crítica / Teatro
Una luna encantadora
Una pequeña joya que encandila con la brillante interpretación de Ici Díaz
Mayra Fernández crea una preciosa y delicada historia sobre una niña sorda que quiere ser bailarina. Una pequeña joya que nos encandila con la brillante interpretación de Ici Díaz como Luna, la pizpireta, jovial y entusiasta protagonista de esta experiencia inmersiva en la que los espectadores oyentes, sordos y signantes comparten los mismos estímulos y códigos. Luna sale de su crisálida y va mostrándonos cómo se relaciona con el mundo exterior a través del baile. Sus padres, Roberto y Pascasia, dos títeres de guante manipulados con gran destreza por Mayra Fernández y con las voces de Nacho Ortega y la propia Mayra, aportan la nota humorística a este espectáculo tierno y entrañable. Ici se transforma con asombrosa veracidad en una bebé que nace con una hipoacusia severa y, al mismo tiempo que su vestuario (ingenioso diseño de la gran Azucena Rico), va evolucionando y comunicándose a través del baile y el movimiento, transmitiéndonos su alegría y ganas de vivir, desde la perplejidad con que contempla las reacciones de su entorno, los llantos, lamentos y discusiones de sus padres, que no aceptan la realidad de su hija y los insultos y amenazas de los demás niños, que reaccionan con agresividad hacia lo diferente. Con una única escenografía compuesta por cajas de cartón que se transforman en personajes, parque de juegos, cuna, tobogán, tren y columpio, Ici Díaz no estará sola en escena. La acompañan, además de sus progenitores, el títere de la médico cubana, simpatiquísima, que tiene que lidiar con sus hiperbólicos padres, y Alba (interpretada con maestría por la voz en off de la jovencísima actriz Claudia Ortega), la primera amiga de Luna, que consigue gracias a suculentos sobornos de huevos kinder y varitas de Harry Potter penetrar en su mundo y transmitirle cómo suenan las cosas por medio de unas bellas sinestesias: "la lluvia suena a cosquillas", "las olas del mar como si te rascaran la espalda de arriba abajo". La voz del también jovencísimo actor Izan Ortega da vida al niño que espera un trasplante y a Diego, el primer amor de Luna, pero no el último. La música de Nacho Ortega, con una cadencia dulce y sosegada a ritmo de banjo, logra esta atmósfera sugerente y vitalista que requiere la función. Excelente el trabajo de Ici Díaz, su expresividad a través del movimiento y la lengua de signos, que emplea con un dominio asombroso, así como el trabajo de Ana Mier, que traduce a todos los demás personajes a LSE. Un espectáculo redondo, divertido y hermoso, que nos hace reflexionar sobre la diversidad funcional, sin moralina ni autocomplacencia.
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