Opinión | paraíso capital

Una exposición sobre lo simbólico

Siete artistas en torno a la austeridad ornamental

He ido a ver una "expo" en el espacio cultural de Pablo de Lillo. Me gusta pasar por ahí cuando los horarios me lo permiten. Siempre es divertido participar como espectador en una propuesta artística. Pero, además, es importante dar soporte emocional a los agentes que forman el tejido cultural de nuestra ciudad, a los que se pelean por mantener el sueño de vivir de lo poético, porque es esa pequeña industria cultural la que redondea, da personalidad, brillo y prestigio a la inmortal leyenda de Vetusta. Y conste que este es un alegato mucho más prosaico de lo que pueda parecer. Hablamos de iniciativas privadas que se embarcan en un alquiler, en una cuota de autónomo, en unas responsabilidades fiscales para intentar vivir de la belleza y reflexionar acerca de lo estético. Sólo en Oviedo tenemos a Guillermina Caicoya, 451 Shop, Dos Ajolotes, DeCero Creativo, Arancha Osoro, un largo etcétera. No es lo normal, es extraordinario.

En esta ocasión, y hasta el 25 de mayo, De Lillo expone una propuesta mucho más conceptual de las últimas que nos había presentado, tan abiertas a todo. Una colectiva titulada INFRA donde Fernando Martín Godoy, Gabriel Truan, Mikha-ez, Charlote Perrin, Bert Didilon, Sara Ezquerro y el propio Pablo de Lillo reflexionan sobre la ausencia de estímulos, la limpieza y la austeridad ornamental y simbólica.

Se puede interpretar que abre la muestra Martín Godoy con un pequeño formato titulado "La mirada fantasma". A unos pocos metros puede parecer un ejercicio de contraste de grises. Pero esconde, si te aproximas lo suficiente, un levísimo retrato del performer Leigh Bowery que hay que saber descubrir e imaginar. La inmersión en INFRA continua con un maridaje de una obra de De Lillo sobre otra de la francesa Charlotte Perrin. El asturiano utiliza como lienzo un motor industrial de aluminio, material que primero plancha y sobre el que posteriormente trabaja el dibujo aprovechando su maleabilidad, exponiéndolo sobre una obra de papel de Perrin, que juega a vestir una pared entera confundiendo la decoración de la galería con un canto a la naturaleza de la que proviene su propuesta.

La "expo" se pone intensa con el diálogo entre Gabriel Truan y Bert Didilon. Por un lado, 21 piezas idénticas de Truan, en una reducción al negro que invita a buscar las diferencias en las pinceladas o en los defectos de los bordes, nos muestra el final de su búsqueda artística. Casi enfrente, el alemán Bert Didilon presenta su "Curva", una obra en la que el comisariado de De Lillo tiene mucha más influencia de la que en principio se supone que debe tener. En sus talleres de adultos recibieron los planos de la pieza, escogieron los cartones con los que sería montada, hicieron el ensamblaje. Incluso sustituyeron el color original propuesto para esta obra que casi preside la muestra.

Sara Ezquerro y Mikha-Ez plantean un nuevo diálogo a otra escala. Las finísimas serigrafías artesanas de Ezquerro, donde el negro se rompe con pinceladas o salpicados de color, frente a las circunferencias de metacrilato blanco de Mikha-Ez, que tratan de confundir el objeto con la obra y la luz con el concepto.

De Lillo es el que da el cierre con una obra llena de sentido del humor, "Windows", pieza en tres dimensiones que expone láminas de libros de arte como si fueran ventanas. Acompaña a la obra una carpeta de recambios para intercambiar a placer lo expuesto. Y que, en el fondo, es una metáfora de las galerías de arte, esos espacios privados tan inútiles como necesarios. Heroicos iconos de la vida de nuestras ciudades. Aún más en Oviedo.

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