Opinión | Paraíso capital

Vaudí a todo "Gas 55"

El frenético proyecto del músico brasileño, que recupera la banda con la que teloneó a Carlinhos Brown

Hace muchos años, corría la primavera de 2011, tuve el privilegio de compartir cena y risas con Vaudí Cavalcanti (Pernambuco, 1962) en la misma mesa y a escasos metros del maestro del jazz y la música cubana Chucho Valdés. A lo largo de esa velada, llena de historias de esas que sólo se pueden relatar en voz baja, Vaudí me contó varias anécdotas desternillantes de su propia vida. Entre otras cosas, cómo conoció a su esposa en Londres, cómo de allí se trasladaron a su Pernambuco natal (cuando aquí todavía se pensaba que ese no era un lugar real, sino un limbo espacial de nuestro refranero) y cómo terminaron viviendo en Oviedo. Ese día, Vaudí, que lleva treinta años formando parte de la escena musical asturiana poniéndole acento brasileiro, me dijo que él le debía a España ser músico profesional, porque él aquí era distinto y allí sólo hubiese sido uno más.

Después de asistir al su concierto del viernes en la sala Tribeca Live, liderando la nueva formación de "GAS 55", el proyecto que él siempre ha querido de verdad, me fui con la convicción de que este tipo habría hecho samba en la corte de los Reyes Católicos, en el Nueva York de Andy Warhol, en el desierto siberiano o en cualquier otro lugar o momento de la historia, incluyendo, por supuesto, Río de Janeiro. Porque es el músico con más fe que he conocido en mi vida. Le he visto tocar su repertorio de clásicos sólo, a dúo, a trío, cuarteto y quinteto; con orquesta sinfónica, homenajeando a Victor Manuel o a Jobim & Sinatra; con músicos de todos los pelajes, amigos o conocidos para la ocasión sobre las tablas del escenario. Su pasión está por encima de la industria, por encima de las señales del destino, por encima incluso de sus propias limitaciones como músico. Vaudi tiene pasión y fe, y sabe cómo transmitirlo.

Ahora, Cavalcanti ha decidido perseguir sus sueños recuperando "GAS" (Groove Audio System), el grupo con el que llegó a telonear a Carlinhos Brown, para hacer la música de sus fantasías: la samba-rock y el funk-brazil. Un repertorio frenético inspirado por la música de Jorge Ben Jor y Tim Maia donde repasa clásicos y no tan clásicos del género como "Sossego", "Aquele Abraço", "Adelita, Bananeira", "Cerebro electrónico" o "Eu bebo sim".

Pero lo que el entusiasmo de Vaudí necesitaba esta vez era encontrar unos compañeros de aventuras a la altura del proyecto. Por eso se puso en contacto con Mancuso, su batería de referencia. Y a partir de ahí, sumó al bajista mexicano-brasileño Choby Scheufler, genio doblemente becado por la Berckley School, master en flamenco, pupilo de Carlos Benavent, que acaba de estar en el homenaje a Paco de Lucía en el Carnegie Hall, y al urugyuayo Diego Ebeler, el teclista más percusivo de la escena madrileña para que entre ambos creasen esa atmósfera funk imprescindible. El trombonista cubano Mandela, habitual de la Buena Vista Social Club, para dar un toque inequívocamente caribeño. La extraordinaria trompeta de Mau Allen, autor de los solos más elegantes, cool bop y neoyorkinos de la velada (además de ejercer como cuerpo de baile). La percusión de Sergio Pevida, acento asturiano lleno de matices, y la guitarra de Mauricio Caruso, miembro de "Black Rio", que venía a sustituir a la titular, Sil Fernández y nos dejó pinceladas de wah-wah lo mismo que punteos con todo el color de Carlos Santana.

El resultado, una explosión de calor latino que puso a bailar a una Sala Tribeca llena para la ocasión. Pies inquietos, pasos de baile, cuerpos entrelazados, calor y sonrisas. Una fantasía hispanoamericana que, de nuevo, nace de la fe en la música de Vaudí Cavalcanti.

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