Hay veces que los partidos se ganan desde el banquillo. Un simple cambio que lo revoluciona todo. Con 0-1 y el Tartiere atragantado, Anquela alistó a Toché y retiró a Valentini. Un delantero más, un defensa menos, nada que no responda al sentido común cuando tienes que ganar. Ninguna genialidad, pero algo lógico, natural. El murciano entró y a los tres minutos empató el partido. En cascada, el sistema se cambió, el Oviedo se desató y se activó Berjón, que anotó el tanto de la victoria. Anquela preparó el fuego, Toché fue la chispa y Berjón la llama. La añeja conexión entre el extremo y el delantero vuelve a relucir en el Tartiere en el mejor momento, a las puertas de retos mayores. El Almería, que dejó buena imagen y llegó a soñar con la victoria, acabó fundido en un pis pas. Iba ganando en el 53 y perdiendo en el 70. En 17 minutos, un rugido, el Oviedo se vino arriba a base de casta, de entrega y también de buen juego y finiquitó un partido que le deja tercer clasificado, mirando muy atento a los puestos de ascenso directo.

El duelo tenía mucha trampa, no ya por las bajas atrás sino por la gran inercia del equipo. El Oviedo favorito cien por cien ante un rival que llega de tapadillo, frágil a domicilio pero invicto en el año. Son esas jornadas en las que se da por descontada la victoria. Peligrosísimas, porque toca disimular el miedo a un petardazo.

El Oviedo no disimuló nada y firmó casi una hora apática y desesperadamente funcionarial que luego corrigió con una reacción valiente, de equipo campeón y maduro, inconformista, con recursos en el banquillo y en el césped, como corresponde a un candidato. Los azules transmiten seguridad hasta en los días que más cuestan.

El partido resultó ser la aplicación práctica de ese mantra que repite Anquela día a día: cualquier rival se te sube a las barbas en cualquier escenario. Conviene repetirlo con frecuencia ahora que se ve la vida desde las alturas. El vértigo nunca es malo si sirve para mantener prietas las filas. Cinturón abrochado hasta que no se detenga por completo el avión.

El primer triunfo del año da todavía más empaque a los empates de Vallecas y de Huesca y deja sensaciones encontradas sobre algunos futbolistas de la conocida como segunda unidad. Ayer el concurso de Verdés convenció, no tanto el de Valentini y el de Varela. El central valenciano hizo olvidar a Forlín y se supone será titular en Reus, sancionado como está Carlos Hernández. Yeboah probablemente ocupará la plaza de Ñíguez, también con cinco amarillas.

La victoria eleva a ocho los partidos sin perder y permite abrir brecha con rivales directos. Es la sexta consecutiva en casa, otra señal clara de buen aspirante. El Tartiere se mantiene como una gran fortaleza a la espera de la visita del Sporting, que patinó ayer ante el amigo Lugo. El Oviedo se garantizó ayer acabar por delante de su máximo rival pase lo que pase en el derbi, que se espera con muchas ganas, al menos en la capital.

Como de costumbre, bendita costumbre, Anquela aplicó el sentido común y no se enredó en la alineación de un Oviedo lastimado por las bajas. Coherente, el jienense mantuvo el sistema y cambió cromos. Lo esperado: Verdés hizo de Forlín, Valentini de Christian y Varela se apoyó en el carril izquierdo para suplir a Mossa. Media defensa nueva que el equipo notó en un arranque inesperadamente apático.

Como si los obligados matices en el once le quitaran la adrenalina habitual, el Oviedo saltó al partido con un extraño aire burocrático, nada que ver con el ímpetu de otras jornadas. La consecuencia directa fue una primera parte soporífiera, sin sustancia por parte de los locales y controlada sin alardes por el Almería, que dominó la pelota y se paseó por el área azul con relativa comodidad, sin encañonar ni hacer daño, pero lo justo para hacer dudar a la parroquia carbayona.

Alcaraz estudió bien al Oviedo y ordenó vigilancia estricta a sus muchachos. Taponó bien las bandas y acumuló gente por dentro. El Oviedo, en cambio, aflojó en la presión y fió todo a la inspiración de sus atacantes, ayer menos alegres de lo normal en el inicio, y especialmente al balón parado.

En uno de los pocos rayos de luz que tuvo el Oviedo en la primera mitad, Ñíguez remató flojo un centro de Diegui. Al poco Linares no acertó a la media vuelta. No había chicha en el Oviedo, impreciso y con un punto de nerviosismo atrás, ofuscado arriba. Folch sostenía a un Oviedo comodón, que asustó al borde del descanso con otro remate de Linares. El aragonés apuró para cabecear forzado una falta de Berjón y no se dio cuenta que detrás llegaba sólo Verdés.

La sensación al descanso no era ni buena ni mala, sólo de expectación. Era un partido aburrido, nada nuevo en Segunda. Había, eso sí, confianza en la reacción, en que el equipo se calentara y metiera una marcha más. Cuántas veces esta temporada. Léase Lugo o Córdoba. Ya se sabe que el Tartiere es de mecha corta y al nada se viene arriba.

El que se vino primero arriba fue, sin embargo, el Almería, que pegó el hachazo en una contra llevada por la derecha por Pozo rematada por Fidel, a placer tras el tropezón de Varela en el precipicio. Tenía mala pinta el asunto, ahora sí. 0-1 con apagón en el equipo y en el estadio. Anquela no esperó ni un segundo y envidó a dobles: dio entrada a Toché por Valentini y ordenó un 4-4-2. Era necesario agitar la pizarra y las piezas y el técnico no vaciló. Otro dibujo y dos delanteros.

El efecto fue afortunadamente inmediato para el Oviedo. Berjón penetró por la izquierda y la puso suave. La pelota supero a René y la cazó Toché, depredador del área, siempre al quite. El murciano, que llevaba tres minutos en el campo, metió la primera que tuvo. Así se escribe con mayúsculas la palabra delantero.

Neutralizada la ventaja andaluza en siete minutos, entonces ya pocos dudaron de la victoria. Porque el Tartiere entró en combustión con ese rugido inconfundible de las remontadas. Diegui encendió el motor en la derecha y Berjón acarició la lámpara. Los dos empezaron a tirar del Oviedo. Linares lo intentó a la media vuelta antes de que Berjón, con la izquierda, se sacara un disparo desde dentro del área que con suerte, porque dio en el poste y luego en René, se fue a la red. Cuesta abajo, el Oviedo ya se gustó, libre como era para asociarse y concienciados para retener el botín después del desvarío de Vallecas. El Almería, colgado al excelente y al omnipresente Pozo, lo intentó sin suerte con llegadas que se estrellaron en la zaga azul.

El Oviedo mantiene la velocidad de crucero después de enchufarse a tiempo a un partido que deja certezas y lecciones. La certeza es que el equipo es una roca con capacidad para sobreponerse a cualquier contratiempo. La lección tiene ver con el nuevo estatus, porque este Oviedo, aquí y ahora, está entre los favoritos al ascenso. Gestionar de forma inteligente este rol es clave para seguir soñando fuerte.