En el funeral de Jesús Dalmacio Álvarez todas las flores eran blancas y azules. No era casualidad. El Oviedo marcó su vida y no podían faltar el guiño al club de sus amores. Incluso Mazo (de Dalmacio), como llamaban al protagonista de esta historia, fue enterrado con la bufanda de su querido Oviedo. Porque la vida de Mazo no se entiende sin los colores azul y blanco.

Jesús Dalmacio Álvarez falleció el pasado mes de marzo a los 93 años de edad. Tenía uno más que el Oviedo. Nació en Santullano de las Regueras en marzo de 1925, un año antes que se creara el club azul, por eso su visión de la entidad carbayona era panorámica, completa. "Desde pequeños nos inculcaba su oviedismo a toda la familia. Ése es su mejor legado", cuenta ahora su nieta Lucía Fernández. Lo del legado no es una frase hecha. De las primeras cosas que hizo Lucía cuando nació su hijo Hugo fue convertirlo en socio del Oviedo. Abuelo y bisnieto compartieron club durante los últimos meses.

Y eso que Mazo no había podido ir al estadio últimamente. Su última presencia fue en agosto, en el estreno liguero. Después, los problemas de movilidad y el mal tiempo le hacían seguir a su equipo desde casa. No le impedía disfrutar. "Gozó como nadie con el derbi. Tenías que verlo cuando volvimos a casa del estadio, con la sonrisa que tenía de oreja a oreja. Decía: 'Esta semana vamos a ir anchos'", asegura su nieta.

El abono del veterano seguidor no era de los más bajos porque en su juventud no se había hecho socio: acudía al Tartiere con entradas que le cedían en el Hospital Militar, donde trabajaba. Eso le impidió disfrutar del homenaje que el Oviedo hace a sus abonados más antiguos. Dio igual: su familia le tenía preparada una sorpresa. "Le hicimos un homenaje por su 90.º cumpleaños y le llevamos al museo del Oviedo. Estaba exultante", indica Lucía. Allí se encontró a Esteban, "el jugador al que más ha admirado", según su familia. El portero se comprometió a regalarle unos guantes y se los dio al final de aquella campaña: eran los del ascenso en Cádiz.

Mazo era seguidor pasional, de los entregados a la causa. "Seguía siempre al equipo. Le cegaba su pasión. ¡Si hubiera visto la chilena de Toché contra el Alcorcón, hubiera dicho que había entrado!", indica Lucía entre risas. Esa pasión también emergió en los malos momentos. "Cuando el Oviedo bajó a Tercera nos dijo que bajo ningún concepto se abandonaba. Que había que seguir apoyando", relata su nieta. Por si no fuera suficiente, Mazo dio un paso más: "Se convirtió en socio de Symmachiarii para viajar con ellos a los partidos de fuera de casa".

93 años dan para mucho. También en lo futbolístico. De ahí que los días con Mazo estuvieran trufados de anécdotas sobre el Oviedo. Sus vivencias con su amiga La Pixarra. Sus viajes a Salamanca, Valladolid o Burgos. Las referencias a su ídolo Herrerita. Y la anécdota más repetida: aquel bautizo en 1963 del que escapó en la moto de su hermano para ver la victoria del Oviedo ante el Barça. Mazo era el padrino. "Siempre le tomábamos el pelo diciéndole que era más viejo que el Oviedo", cuenta Lucía.

Ahora, el legado de la familia está claro: mantener ese oviedismo imperturbable. Lo dice su nieta: "Cuando le decíamos que no podíamos ir al campo nos contestaba que de eso nada, que aunque él no pudiera nosotros teníamos que ir. Ahora sabemos que tenemos que ir al Tartiere por él: llueva o nieve".