El día a día de Alejandro Sanzo, sacerdote de Salas: misas, actos para la comunidad, paseo con el perro y café con feligreses

“Me gusta la gente que hace cosas, que no es apática. Creo que muchos jóvenes desprecian algo que les haría más alegres”, dice el sacerdote

Alejandro Sanzo, cura de Salas, a las puertas de la Casa de Cultura de la villa

Alejandro Sanzo, cura de Salas, a las puertas de la Casa de Cultura de la villa / T. Cascudo

Ángela Rodríguez

Siempre colaborativo, intentando crear actividades de encuentro para la comunidad, Alejandro Sanzo bien podría aparecer en alguna ficción de la pequeña o gran pantalla. Aunque su vida diaria, como sacerdote de Salas, está ligada a las costumbres más sencillas e imprescindibles de la villa, en la que pronto cumplirá cinco años como vecino. “Soy de vivir tranquilo”, asegura, recuperando la rutina tras una ajetreada Semana Santa. 

Aunque natural de Boal, “mi madre me parió en el hospitalillo de Luarca”, apunta. “Y una de mis abuelas era de Camuño”. En Salas, Sanzo tiene primas, y ya muchos amigos y feligreses con los que comparte los días. “Llevo doce parroquias. Y el otro sacerdote compañero, quince. La casa la tengo en Salas y la Colegiata es también la sede de la Unidad Pastoral. Aquí tengo misa todos los días excepto los lunes”, explica sobre la iglesia de la villa. 

Criado en un hogar concurrido (es el penúltimo de nueve hermanos)  y religioso, Sanzo recuerda la fe de sus abuelas, de aquellas mujeres “de rezar el rosario e ir a misa todos los días”. “Yo era el consentido, el más pequeño, hasta que luego vino otro hermano y me quito el trono. Aunque la realidad es que los tres últimos hermanos éramos como los tres mosqueteros, hacíamos piña para competir contra los seis mayores”, bromea, rememorando su infancia por los caminos boaleses. 

A ellos vuelve, siempre que puede, los domingos por la tarde. Allí tiene a su madre y sus recuerdos. Por ejemplo, de su época de monaguillo. “En mi casa siempre hubo un sentimiento religioso y yo, como nací muy cerca de ella, siempre estaba atravesado por las estancias de la iglesia. Fui monaguillo, ayudaba en la misa todos los días. Incluso llevaba los deberes a la sacristía, para tocar cuando correspondía las campanas”, recuerda el hoy párroco. 

La semilla de la fe fue creciendo en aquel joven que decidió ingresar en el seminario. “Entre con el COU (Curso de Orientación Universitaria) ya hecho, directamente a la carrera. Eran entonces seis años, más uno que haces de diácono en una de las parroquias de Oviedo. A mí me tocó en La Tenderina”, relata Sanzo. Aquel es, en la vida de un cura, “el año más bonito”. “Ya no es solo estudiar cada día. Empiezas a ayudar, a conocer gente y  las funciones de la parroquia. Aprendí muchísimo y guardo un gran recuerdo”, añade. 

El sacerdote, Alejandro Sanzo, hace unos días en la Colegiata de Salas, durante las celebraciones de Viernes Santo

El sacerdote, Alejandro Sanzo, hace unos días en la Colegiata de Salas, durante las celebraciones de Viernes Santo / LNE

Su primer destino: Cangas de Onís y Ponga. “Me farté de Queso de los Beyos que compartían conmigo los vecinos” (ríe). Su primera misa, en Boal. “Fue muy emocionante. Estaban mis padres, abuelas, hermanos, sobrinos y amigos del pueblo... También el alcalde de aquel tiempo. Me dijeron, de hecho, que no habían tirado voladores porque era el mismo día en que elegían al alcalde y no querían que se malinterpretara”, cuenta Sanzo.  

Tras cuatro años como párroco de Ponga, dedicó catorce a la parroquia de Soto de la Barca, en Tineo. “Fui muy feliz allí con aquella gente, entré en todas las casas. Los mayores me tenían como un hijo, fue una cosa muy bonita. Mi idea era quedarme e incluso morir allí”, asegura. La vida le deparaba, sin embargo, seis años más en Grandas de Salime (con una feligresía con quien compartía rasgos de la lengua, de la fala local). Luego, desembarcó en Salas. 

“Las personas mayores tienen quizá aquí una forma de vida más tradicional. Me recuerdan mucho a mi abuela que, cuando ya no podía ir a misa, rezaba con sus libros que ahora conservo yo. En cuanto a la juventud, veo que la mayoría pasa de todo. La iglesia solo la pisan cuando les conviene. Y eso, la verdad, me da cierto dolor. Desprecian algo que, creo, les valdría mucho para su vida y les haría más alegres”, asevera el sacerdote. 

Su día a día en la villa no difiera del de otros muchos vecinos. “Saco por la mañana a mi perrina, damos un paseo. Luego tomo el café y hablo con la gente. Intento ir a diferentes sitios, porque todos son mis feligreses. Luego, siempre hay misas y homilías que preparar. O alguna partida o documento que buscar”, explica el cura. 

Me gusta la gente que hace cosas, que no es apática. Y creo que la gente aquí quiere involucrarse. Si alguien tiene una buena idea, que la exponga y nos ayude a llevarla a cabo. Luego, siempre hay quién solo critica”, asevera.  

Con pequeños grupos de confirmación, y dos madres que ayudan a impartir el catecismo, Salas tendrá este año unos siete u ocho niños que reciban la primera comunión. Y, previsiblemente, cinco jóvenes a confirmarse en junio. “Cualquier actividad es buena para hacer juntos. El año pasado, por ejemplo, fuimos a Villazón caminando por el Camino de Santiago. También visitamos otra vez la cocina económica y la Catedral de Oviedo, con los niños del catecismo… Espero que este año volvamos a hacer alguna excursión, salir del pueblo y pasar una buena jornada”, sostiene el párroco, defensor del hacer y el compartir, además del predicar.