La personalidad de los hijos se forja en el día a día
La salud mental de los niños descansa en las relaciones cotidianas que establecen con sus padres

La personalidad de los hijos se forja en el día a día / Esther Blanco y Andrés Calvo
Esther Blanco y Andrés Calvo
Organizamos cada día con nuestros hijos alrededor del aprendizaje: colegio, extraescolares, idiomas, deportes... Sin embargo, no somos conscientes de que es momento a momento, en nuestra interacción con ellos, donde se desarrolla el aprendizaje más decisivo: su personalidad. En cada encuentro definimos una pincelada más de su identidad.
La personalidad es nuestra manera automática, persistente e idiosincrásica de percibir, sentir, pensar y comportarnos. Se expresa en casi todas las áreas de funcionamiento en nuestra vida. Trabajamos, amamos y nos relacionamos a través de nuestra forma de ser. Es una combinación entre genes, temperamento infantil, apego, experiencias tempranas y aprendizajes dentro de las relaciones paterno-filiales.
Los genes predisponen al niño a interactuar con su entorno de forma predefinida, pero será la interacción con el medio la que determine finalmente los diferentes rasgos que caracterizarán su forma de ser y su comportamiento.
Aunque no se puede hablar de personalidad en niños, puesto que está en constante formación, sí podemos hablar de rasgos. Los rasgos son nuestras particularidades y peculiaridades, nuestra forma única de ver el mundo, una combinación de adjetivos que nos caracterizan. Pero estos rasgos pueden reforzarse, inhibirse, hipertrofiarse o hiperdesarrollarse.
Cada rasgo cumple una función adaptativa útil desde un punto de vista filo y ontogenético, puesto que la función de la personalidad es la supervivencia como especie y como individuo. La personalidad saludable combina de forma flexible los rasgos del individuo con la finalidad de adaptarse a las vicisitudes del entorno. La personalidad disfuncional utiliza los rasgos, pero de una forma inflexible, extrema y rígida, generando el síntoma ansioso, depresivo o dificultades en la relación con los otros.
Existen personalidades hipocontroladoras (rápido acceso a las emociones y expresión de las mismas, tendencia a la sociabilidad y la extraversión, impulsividad), e hipercontroladoras (contención emocional, uso de la argumentación de corte racional, tendencia a la evitación y la disociación, poco gusto por las relaciones sociales). El garante de la salud mental es una integración entre ambas polaridades.
Las emociones constituyen el sustrato de los rasgos. El amor, la búsqueda, la alegría, el enfado, la ira, el miedo, la ansiedad, la tristeza, el pánico o la sexualidad necesitan de una co-regulación. Será a lo largo de las interacciones paterno-filiales como el niño adquiera la capacidad de regular sus emociones. Toda organización de la personalidad será el resultado de una co-regulación emocional.
Un niño con tendencia al miedo, otro con demasiada excitabilidad y un tercero con una ira inapropiada necesitan de un hogar donde minuto a minuto se ofrezca la oportunidad de la co-regulación. La salud mental de nuestros hijos descansa en nuestra relación con ellos. El apego es el primer organizador de la personalidad. Se define como la relación de corte afectivo entre el cuidador o cuidadores principales y el menor en desarrollo. Un vínculo inseguro dificulta la interiorización de la capacidad de regulación emocional del niño. Fallos en los procesos de contención maternal (y paternal) debidos a los apegos inseguros de los progenitores repercuten en la capacidad de regulación.
Los padres desbordados emocionalmente en la relación con sus hijos, en constante tensión interna o excesivamente contenidos y alejados de toda comunicación emocional obstruyen el aprendizaje y la sana interiorización de emociones. Hablar de personalidad es hablar de co-regulación de las emociones, de rasgos influyéndose hasta determinar una forma de ser ante el mundo. Es un constructo que nos ayuda a entender el modo que tenemos de ser, de sentir, de pensar, de comportarnos y de relacionarnos con los demás. Implicarse en la crianza emocional con nuestros hijos evita la perpetuación de apegos inseguros, influye en formar estructuras de personalidad más integradas y previene sintomatología de carácter mental, disminuyendo el consumo de psicofármacos en el futuro.
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