La familia, centinela del bienestar mental de los menores

Las principales señales de alerta emocional en los niños, según los expertos: aislamiento, irritabilidad, accesos de ira y las rabietas o conductas autolesivas

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Myriam Mancisidor

Myriam Mancisidor

Tres datos: antes de la pandemia se estimaba que en torno al diez por ciento de los niños y al veinte por ciento de los adolescentes sufría trastornos mentales. En la actualidad, se ha visto un incremento de hasta el 47 por ciento en los trastornos de salud mental de los menores, de acuerdo con los datos recogidos por el grupo de trabajo multidisciplinar sobre salud mental en la infancia y adolescencia del que forma parte, entre otros, la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPaP).

“La pandemia impuso unas duras condiciones a todos los ciudadanos, pero sobre todo a nuestro jóvenes y mayores. Somos seres sociales, solo en grupo podemos desarrollarnos de forma saludable y resiliente. Los más jóvenes han sido separados durante muchos meses de sus espacios naturales de aprendizaje y ocio y han vivido en primera persona, pero con menos recursos personales, el temor e incertidumbre que todos hemos experimentado durante este periodo. Aquellos niños y jóvenes que ya presentaban previamente problemas de salud mental o factores de riesgo más intensos, como un alto nivel de hostilidad intrafamiliar, han visto en general agravados sus trastornos por los efectos del confinamiento”, explica Susana Santamarina, responsable de la unidad de hospitalización psiquiátrica del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA).

La psicóloga Esther Blanco, de la Clínica Persum, considera que las autolesiones, los intentos de suicidio, las automutilaciones… no son cosas de hoy: “Siempre ha habido esa psicopatología”. “Ahora se ha destapado un poco más y quizá se estén viendo más casos. Pero no lo asocio tanto a la pandemia: nosotros llevamos 25 años trabajando con adolescentes y niños en consulta y vemos lo que se escapa a la psicopatología actual: estos problemas tienen el gran error de ser llamados problemas conductuales, y se está olvidando la base, que es la identidad, la personalidad”. Blanco aclara que la constitución de la personalidad y la identidad comienza en el nacimiento y finaliza con la muerte.

Dentro de esta psicopatología de la personalidad, de los trastornos identitarios, existen, según Blanco, dos grandes cajones: uno, el formado por esos niños muy evitativos, tímidos, con miedos, ansiedades a la hora de los exámenes… “Luego, lo más preocupante, dentro de todo, es la desregulación emocional: niños muy dependientes del contexto, que se frustran muy rápido, encuentran problemas cuando no son para tanto, las relaciones son del orden de lo tormentoso, con intensa y prolongada rabia que cuesta volver a la tasa base. Y pasa desapercibido que estos problemas llevan a la autolesión o el intento de suicidio. La base está en esa estructura de la personalidad y, dentro de esas patologías, tenemos un trastorno límite de la personalidad diagnosticado tardíamente diez años tras los primeros síntomas en la adolescencia”, precisa la experta.

¿Y cómo fomentar la salud mental de niños y adolescentes? “Cubriendo sus necesidades emocionales al mismo nivel que hacemos con las fisiológicas”, precisa la también psicóloga Blima García, al frente del nuevo servicio municipal de psicoasesoría para jóvenes en Avilés.

Los niños y los adolescentes, además, advierten de lo que les ocurre y sus manifestaciones difieren del modo de expresión de los adultos. Algunas señales que nos deben hacer estar alerta, a juicio de Santamarina, son los cambios en relación a su comportamiento previo, por ejemplo, en su conducta social: si no disfruta con el juego y se aísla de sus amigos y pasa mucho tiempo solo, su ánimo está irritable con accesos de ira y rabietas, o si parece apático, si el apetito y el sueño cambian, si existen frecuentes quejas físicas (dolores de cabeza y barriga) y, de forma más acuciante, si se observan conductas autolesivas. “En el ámbito académico los profesores tienen un papel clave, ya que pueden ser los primeros en detectar el inicio de los problemas de salud mental”, recalca la psiquiatra.

Conocidas las “señales”, ¿qué camino recorrer? “Si observamos que ya existe un impacto sobre su funcionamiento o existen signos de alarma más graves, la detección precoz es muy importante, ya que nos permite atajar el sufrimiento y la potencial cronificación de estas dolencias en la edad adulta”, precisa Santamarina. Esther Blanco concluye, contundente: “Se debe acudir a una profesional que no se encargue sólo de las conductas, sino de la identidad, y que haga una terapia del orden de lo familiar”. Porque la familia, coinciden las expertas, es guardiana de la buena salud mental.