El último cuento
Sobre el placer de leer un libro a los hijos antes de que se duerman
Hace unos días estuve ojeando libros en una librería. Vi cierto trajín de gente, lo que me alegró, que lo de leer parece que ya no se lleva. Y entre las personas que estábamos allí, vi que había un niño en la sección de libros infantiles. Estupendo, todavía quedan, pensé. Y me acordé de cuando los libros ocupaban un lugar importante en nuestra infancia, y también de aquella costumbre familiar de, cuando se podía, contar o leer un cuento a los hijos antes de que se echaran a dormir. Qué tiempos.
Os cuento: he tenido tres hijas; separadas cada una de la otra por siete años. Es decir, cuando la mayor ya tenía 21 la pequeña todavía tenía 7. Lo que también quiere decir que durante más de veinte años he tenido la suerte de poder disfrutar de la infancia de mis hijas. Sin duda, una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Aunque te haya tocado sumar muchas noches en vela y que cada vez que arrancaras el coche la cinta de las canciones de los payasos de la tele se pusiera ya a funcionar sola y otras cosas así. Es lo que tocaba.
Y de entre esos recuerdos de la infancia de mis hijas, guardo con especial cariño esos ratos del cuento de antes de dormir. Aunque también muchos de ellos no tuviera que leerlos, que me los sabía ya de memoria; y ellas también. Qué pena que hoy haya tantos padres y madres que no puedan disfrutar de esos momentos; o, aún peor, que pudiendo hacerlo no lo hagan. Se están perdiendo lo mejor de la vida de sus hijos y también de la de ellos mismos. Un niño con una tablet en la mano necesita mucha menos dedicación que un niño esperando que se le lea un libro. Es lo que hay. Así de fácil y de triste.
Pues sí; fueron unos momentos muy guapos; y que como todos también tienen su final. Primero fue mi hija mayor la que una noche me dijo: "Papá, mañana ya no hace falta que leamos el cuento". Pues ya está, pensé; un período que se cierra. Después le llegó el turno a la segunda; y por último, a la tercera. Y cuando cerré aquel último libro supe que esa etapa ya se había ido definitivamente. Después, claro, vinieron y vendrán otras, que lo de ser padre es muy entretenido. Pero lo de los cuentos sí, ya se acabó.
Hace unos días estuve ordenando el desván, y allí estaban todos aquellos libros; nunca los tiraré; y posiblemente nunca más vuelvan a abrirse, que las nuevas generaciones vienen con otros tipos de cuentos. Pero tengo claro que, el día que me toque hacer la maleta y marcharme, esos ratos, esos recuerdos, ocuparán un lugar muy importante en su espacio. Y así salí de aquella librería, contento por haber visto a aquel crío en la sección de libros infantiles, pero también un poco triste, pensando en cuántos padres no han podido o no han querido disfrutar de lo mismo de lo que yo sí he podido hacer y de poder llevar ya siempre en la memoria aquel último cuento.
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